10.000

Colombia suma otros 60 muertos por COVID-19 al cumplir tres meses ...
Una brigada de salud en las calles de Bogotá.

El problema de las tragedias lentas es que es más sencillo que ignoremos su magnitud. No es extraño, hace parte de disposiciones que tenemos todos para evitar que nos sobrecojan cosas como esta. Es la razón por la que un accidente aéreo moviliza a toda una ciudad, pero las muertes de tránsito, que matan en un año el triple de personas, no lo logran. La concentración de las muertes, en estos casos, parece la clave para la indignación y el dolor colectivo. El goteo es anestésico.

Algo similar parece ocurrir con las muertes del COVID-19. Se suman diariamente, se presentan en esa pieza del Ministerio de Salud como un conteo más, un número para saber en dónde estamos. Evitar que esas muertes no sean más que la contabilidad de la pandemia es en parte responsabilidad de nosotros. Pero también de los medios y el gobierno. Pensemos por un momento en la magnitud de la pérdida que estamos viendo para nuestro país, para familias, organizaciones, barrios y ciudades. Al ritmo que vamos, hoy o mañana acumularemos 10.000 muertos por la pandemia en Colombia.

Lo primero es darle contexto al número ¿qué son 10.000 vidas menos? ¿10.000 personas ausentes?

10.000 es la mitad de los muertos de la avalancha de Armero y cien veces los muertos de la bomba del avión de Avianca. 10.000 es la población total del municipio de Manaure en el Cesar, cada mujer, hombre, niño y niña que lo habitan. 10.000 es doce veces el aforo del Teatro Colón de Bogotá y un tercio de la capacidad total del Estadio El Campín. Si esas 10.000 personas se pararan una al lado de la otra, manteniendo los 2 metros de distancia física de cuidado sugerida por la OMS, cubrirían toda la distancia de una Maratón. Si dijéramos los nombres de esas 10.000 personas nos tomaría 8 horas y 20 minutos terminar. Si intentáramos recordar algo más de ellos, como su canción favorita, el equipo del que eran hinchas o su fecha de cumpleaños, nos tomaría uno o dos días. 10.000 es el doble de los muertos por accidentes de tránsito de toda Colombia en un año y un número muy cercano a los homicidios anuales de nuestro país. Ahí dos problemas parecidos.

Lo segundo es ponerle historias, nombres y rostros a esas vidas que perdimos.

¿Están por ahí sus familias, sus amigos y conocidos? ¿Quieren o necesitan decir algo de ellos y de lo mucho que los extrañan? En este sentido, aunque los medios de comunicación han hecho esfuerzos interesantes (desde portadas con sus nombres, hasta reportarías de la situación en los hospitales), necesitamos más. También esfuerzos de parte de comunidades, organizaciones y personas de a pie y el mismo gobierno. Ese trabajo no solo honra a los que hemos perdido y sus familias, enfrenta la tendencia natural, pero no por eso menos terrible, de entumecimiento. Esta debe ser parte de nuestras tareas, junto al cuidado, de las próximas semanas, robarle el duelo a los fríos números.

Hay que evitar que se entumezca nuestra capacidad de apreciar esta tragedia y que olvidemos su magnitud. De eso puede depender la memoria de esos 10.000 ausentes.

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