
El mejor amigo de Marco Tulio Cicerón, político, abogado y filósofo romano de finales de la República, era Tito Pomponio, o Ático como le llamaban sus cercanos por la decisión tomada en su juventud de irse a vivir a Atenas, huyendo de la convulsionada Roma. Sabemos de esta amistad de la época clásica porque los dos amigos intercambiaron cientos de cartas y en particular, porque el mismo Cicerón elogió su relación con su viejo amigo en un corto diálogo sobre la amistad. La tarea de escribir sobre los amigos no es menor y sobre todo, cuando Cicerón pone la amistad por encima de cualquier otra virtud humana, “pues es la más natural al hombre y al mismo tiempo la más útil, tanto en los buenos momentos como en las adversidades” (p. 15).
Pero esta utilidad ni es todo lo que hay en la amistad, ni es una utilidad material o mezquina. Cicerón señala que solo pueden ser buenos amigos las buenas personas. Pero por buenas personas no entiende las “intransigentes” definiciones de sabiduría de los filósofos, sino la bondad de todos los días. Esto es, “son aquellas que viven y se comportan con fidelidad, integridad, ecuanimidad y generosidad, no se dejan llevar por la codicia, los excesos o la violencia y son firmes de carácter” (p. 17). La virtud es la característica principal de la amistad para Cicerón y por eso diferencia a los «buenos amigos» de los amigos que surgen por los intereses mutuos o la alineación de contextos. Los primeros suponen la conexión emocional de dos «almas», mientras los otros son solo acuerdos por conveniencia. Esto no los hace menos necesarios en la vida de las personas, pero sí, sustancialmente diferentes a los «buenos amigos».
Ahora, si la amistad se basa en la virtud (que no es más que intentar ser buenas personas), no puede ser “incondicional”. Una amistad se rompe cuando uno de los amigos le pide a otro algo indecoroso o indigno. Los verdaderos amigos no están obligados a seguir a otros en sus maldades. Resulta inaceptable pedirle a un amigo que actúe contra su conciencia, e igualmente, sostiene Cicerón, podemos negarnos a hacerlo si nos lo pide un amigo sin sentir la culpa de la traición. De esta manera, “la primera ley de la amistad es pedir a los amigos solo lo que sea honorable y hacer por ellos solo lo que sea justo” (p. 37).
La amistad es también altruista. No depende de los intercambios de favores, aunque le sean comunes. Y en ese sentido, «no necesita saldo, no teme que se pierdan o desperdicien favores” (p. 46). La negación de la contabilidad mental es fundamental, la motivación de la ayuda prestada, del auxilio urgente no es la posibilidad futura de pago o reciprocidad (aunque esta segunda sea común y deseable) sino el deseo genuino de ayudar al amigo. Cicerón señala que “los favores no hacen amigos. Son los amigos los que hacen favores” (p. 42).
Imaginad que un dios os transporta a un lugar donde tuvierais todas las cosas materiales que pudieras desear pero no hubiera ningún otro ser humano ¿no tendrías que ser de acero para soportar una existencia semejante?
Cicerón (p. 76).
La amistad también es natural, además de deseable. Nuestro espíritu gregario nos implora la cercanía y la conexión con otras personas. Esto no solo es común, sino que resulta fundamental para las maneras en las que los humanos organizamos nuestras vidas y sociedades. Pues “si el vínculo de afecto desapareciera del mundo, no quedaría una casa o una ciudad en pie y los campos se convertirían en eridales” (p. 21). Aunque no sea nuestros único posible vínculo afectivo, Cicerón considera la amistad como la más genuina de estas relaciones, incluso, por encima de la familia. En la amistad hay además elección y constancia, un reconocimiento fundamental de que “los verdaderos amigos son como otro yo” (p. 61).
Nada de esto debe suponer idealizar las amistades. Los amigos rompen. Catón decía que las amistades podían desgarrarse, cuando dos amigos riñen, pero también pueden descocerse, ir soltándose los vínculos poco a poco, por desinterés, cambios de los amigos, e incluso diferencias en política. El desgaste de la amistad puede llegar entonces como trauma y proceso, pero debería ser capaz de resistir la relación constante de consejo y ayuda mutua, en tanto, «para tener amistades fructíferas y duraderas, teneís que aprender a aceptar el consejo y las críticas bienintencionadas de los amigos y no ofenderos al escucharlos” (p. 67)
El diálogo escrito hace más de dos mil años por Cicerón no pierde relevancia, un testimonio a lo importante de la amistad para todos nosotros y de muchos elementos comunes que se han mantenido en la manera como valoramos a los «buenos amigos». Cicerón dice que “la amistad es, en pocas palabras, un acuerdo acerca de lo divino y lo humano basado en el afecto y la buena voluntad” (p. 18). Y es por eso que termina su libro sosteniendo que “la amistad, con la única excepción de la virtud, es lo más importante que hay en la vida” (p. 78).
Tiene razón.
Referencia:
Cicerón, M.T. (2020). El arte de cultivar la verdadera amistad. Barcelona: Ediciones Koan.