Tomadores de decisión que se “juegan la piel”.

El libro.

¿Quiénes toman las decisiones más importantes en una sociedad? ¿Esas decisiones, si llevan a errores o provocan una tragedia, qué tanto afecta a esos tomadores de decisión? ¿Están arriesgando ellos también cuando reducen el presupuesto de una política pública de niñez, determinan la inversión de un fondo de pensiones, sugieren continuar una guerra (o buscar la paz), que las personas directamente afectadas por esa decisión?

La respuesta del financiero y ensayista Nassim Nicholas Taleb en su libro “Jugarse la piel” es que, en general, no. Y esto es un profundo problema de nuestras sociedades. Porque muchos personajes importantes (políticos, empresarios, líderes sindicales, periodistas, entre muchos otros) definen buena parte de lo que nos pasa sin tener realmente riesgos compartidos en esas decisiones; esto es, sin que los efectos adversos de un desenlace inconveniente los toque realmente. Esta falta de responsabilidad efectiva en las desgracias del mundo los convierte en una especie particularmente despreciado e inconveniente de “freerider”.

La preocupación de Taleb va a los escenarios en los que personajes que no se juegan la piel toman decisiones fundamentales para muchos otros. Y a la vez, a la disposición ética personal de ser recelosos de no tomar decisiones nosotros mismos sin jugarnos la piel. En el manifiesto de The Economist por el re impulso a los principios del liberalismo se señala algo similar, el ascenso en las últimas décadas de “dos clases: los que hacen y los que reciben el impacto de esos actos, los que piensan y quienes son objeto de los estudios, los que toman decisiones y los que padecen sus consecuencias” (2018[2020], p. 78).

La idea supera el “riesgo compartido”, que puede ser la defensa de muchos financieros que toman decisiones con los ahorros de sus clientes, aunque, dirían ellos, su reputación en la línea. Taleb denuncia como insuficiente el riesgo compartido, en particular cuando está mediado por mecanismos, reglas de juego y sistemas políticos en los que supuestamente “arriesgan mucho” no lo hacen tanto. “Jugarse la piel” es entonces no solo hacer las cosas bien, sino hacer siempre lo correcto, incluso, cuando implica riesgos y costos. Supone la disposición activa de establecer una ética recíproca de los errores individuales y colectivos.

Por estos días difíciles, en los que la desconfianza en el sistema y sus representantes abunda y los esfuerzos por asumir la asimetrías de nuestros riesgos son escasos, nos caerían bien más tomadores de decisión que se jueguen la piel.

Referencias:

Giraldo, J. (2020). Democracia y libertad: Una conversación contemporánea. Medelín: Lecturas Comfama.

Taleb, N.N. (2019). Jugarse la piel: Asimetrías ocultas en la vida cotidiana. Bogotá: Editorial Planeta.

Sobre el carácter de los líderes.

Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EEUU; su desempeño ha estado sustancialmente supeditado al carácter del presidente.

Un líder puede establecer el tono de lo que es aceptable y lo que no, esos límites son en ocasiones fundamentales para delimitar conversaciones públicas moderadas y sensatas. Si el líder político presenta como aceptables en esa discusión ideas que normalmente estaban en los extremos del espectro político (cuando no ideas que son simplemente mentiras o socialmente inconvenientes), puede convertir en interlocutores legítimos a personajes peligrosos.

La lealtad y la mentalidad de grupo también señalan que el carácter del jefe dará límites al carácter de los subalternos. Lo primero es que seguramente el líder buscará rodearse de personas que se le parezcan, pero incluso cuando no lo haga, y muchos casos de personas atípicas en lugares complejos se han visto, estarán definidas por la competencia que todo grupo tiene internamente para mostrar que se hace parte y se pertenece. De allí que muchas personas inesperadas estén en lugares inesperados y todavía más llamativo, defiendan cosas que seguro en otro contexto aborrecerían. Esto es natural a los grupos humanos y por eso no debería ser culpado de esta dinámica; de nuevo, es el carácter del líder el que lleva a que esto sea tan terrible.

Por supuesto, Donald Trump es el ejemplo más reciente, llamativo e influyente de este problema. Su populismo, corrupción y mezquindad egocéntrica ha atraído a personales siniestros a su alrededor y ha permitido que muchos que antes solo estaban en las esquinas oscuras de la discusión política, se puedan parar, sin pena, ni temor, en el frente. Al fondo de todo esto parece estar la disposición de algunos líderes de conseguir réditos políticos a como dé lugar y poner en el medio de esto asuntos como la confianza social, el debate democrático y la verdad. Los daños a largo plazo de esta “forma” de hacer política pueden ser terribles.

Las formas de oponerse a ellos pueden ser directas, como la acción política organizada, la competencia democrática o la denuncia y el control social, o indirectas, como la reflexión académica, las conversaciones familiares y el compromiso determinado por contener las mentiras y desinformación que son su principal aliado. La necesidad de oponerse es absoluta y urgente. Y responsabilidad colectiva.