¿Cómo enfrentar noticias falsas en un grupo familiar?

WhatsApp es una de las aplicaciones de chat en las que el fenómeno es más común.

Una de las principales fuentes (o lugares de intercambio y difusión, mejor) de noticias falsas e información engañosa son los grupos de chat de aplicaciones como WhatsApp. Los grupos con familiares, colegas o compañeros de estudio suelen ser el principal escenarios en los que se comparten cadenas de mensajes (comunicaciones difícilmente rastreables y que se viralizan a través de al red), con notas, datos o videos engañosos o maliciosos. Enfrentar ese flujo es uno de esos problemas extraños de estos tiempos extraños.

La pandemia no ha hecho sino crear nuevos temas para este conflicto sobre la verdad, la mentira, lo creíble y lo increíble. Curas milagrosas, dudas insensatas o conspiraciones sobre las vacunas, datos incorrectos o sospechosos sobre la situación, incluso rumores o tergiversaciones maliciosas sobre decisiones y medidas públicas se mueven por corredores oscuros, los grupos de “Familia Peranito”, tableros de tías, primos y sobrinos.

La pandemia no ha hecho sino crear nuevos temas para este conflicto sobre la verdad, la mentira, lo creíble y lo increíble.

Una tarea fundamental en la contención de estas noticias es profundamente cotidiana: supone que muchos que en ocasiones preferiríamos evitar una discusión incómoda, asumamos la responsabilidad de señalar, cuestionar y evitar la expansión, al menos, cuando llegue a nuestro eslabón de la cadena. Hacerlo no es fácil, pero algunos consejos como los siguientes pueden ayudar*.

*Estos consejos están pensados inicialmente para ese episodio común de la cadena en el grupo familiar de WhatsApp, pero bien puede ayudar en cualquier momento para conversar con alguien cercano que esté divulgando noticias falsas o información engañosa por otro medio.

  1. Siempre que sea posible, resolverlo por el interno: las personas solemos responder a la defensiva cuando sentimos que nos atacan y sobre todo, cuando sentimos una sugerencia de irresponsabilidad o incluso tontería, en algo que estamos haciendo. Esta respuesta es más común y enconada cuando el cuestionamiento ocurre en público. Por eso, intenten tratar esto por el “interno”, un chat uno a uno o una llamada o conversación personal con la persona que está compartiendo la información.
  2. Cuestionar la fuente: probablemente el primer paso siempre sea preguntar por la fuente de la información, en particular, si es de un medio que pueda resultar cuestionable o en un formato que pueda dar pie a la manipulación. Las fotos de titulares, por ejemplo, suelen ser proclives a cambios y modificaciones engañosas. En segundo lugar, vale la pena aconsejar pedir «más fuentes», uno siempre debería validar dos veces cuando algo es importante y buscar si alguien más (y quién más) hablan de algo puede llevar a que se evidencie su naturaleza dudosa.
  3. Pedir más información: en ocasiones, al pedir detalles y centrar la atención en el cómo, a diferencia del porqué, las personas podemos caer en cuenta de las dificultades en un problema complejo e incluso, llegar a verbalizar nuestras propias reservas respecto a un tema, cuando tenemos que describirlo en detalle. De igual manera, asuntos que parecen evidentes en general, pueden verse como imposibles en específico, «¿cómo harán para mantener toda esa información secreta?¿te imaginas la logística para hacer eso?» y así.
  4. Ser empáticos: la forma y el tono de la conversación también importan, y mucho. A las personas no nos gusta sentir que cuestionan nuestra inteligencia o intenciones y por eso la conversación debe evitar al máximo parecer un juicio. Señalar que creemos en las buenas intenciones de las personas, como «yo sé que te gusta mantenerte informado/a», «yo sé que te gusta ayudar a los demás e informarlos de cosas importantes», es clave. Hay que intentar, sinceramente, entender la a motivaciones de las personas.
  5. Evaluar intereses: pedir que se pregunten «¿quién podría beneficiarse de esto? ¿Qué efecto puede tener en las personas y en la sociedad, sobre todo, si no es cierto?» o señalar que “parece demasiado bueno para ser verdad ¿no te genera dudas?”.
  6. Poner la conspiración en contexto: finalmente, intentar poner las cosas en contexto puede hacerlas ver como más improbables o complejas y levantar dudas, es decir, «¿si será fácil mantener esto en secreto?», «es raro que las personas a las que esto perjudica no digan nada».

El objetivo no debe ser necesariamente convencer a las personas de que están equivocadas o de que cambien una idea, sino, sobre todo, generar dudas sobre la veracidad, señalar algunas técnicas para identificarlas en el futuro y evitar que se difundan. Detener un flujo de una noticia falsa o engañosa puede ayudar a que muchas menos personas se vean expuestas y terminen tomando decisiones personal y colectivamente inconvenientes o peligrosas. Es una responsabilidad que debemos compartir todos.

¿Por qué es importante construir confianza para enfrentar el Covid-19?

El uso del tapabocas como hábito completamente novedoso es difícil de explicar sin la relación entre confianza, cooperación y cumplimiento.

La pandemia nos ha recordado la importancia social de confiar en los demás y en nuestras instituciones. Solo a través de la confianza en otros (por la imposibilidad individual de comprobación) podemos saber si están siguiendo las medidas de seguridad y cuidado y al hacerlo, si están contribuyendo a este esfuerzo colectivo y si vale la pena también hacerlo, en parte, para no defraudar esa expectativa colectiva de comportamiento. La confianza nos permite evaluar positivamente las intenciones y motivaciones de los demás sin tener que adquirir evidencia o información detallada sobre ellas. Es un atajo fundamental para tomar muchas decisiones cotidianas, pero importantísimas, en particular, las que nos llevamos cooperar con otros. En este sentido, el cumplimiento de las medidas de seguridad y cuidado no es mucho más que un ejercicio de cooperación entre ciudadanos.

El individualismo es ante todo desconfiado; la cooperación confianda.

De igual manera, solo si confiamos en nuestras autoridades públicas y sociales, creeremos la información que nos dan, estaremos mucho más dispuestos a seguir sus indicaciones e incluso, asumiremos algunos de los costos y dificultades que ha traído esta situación. La desconfianza en el Estado y sus agencias supone resistencia a las medidas e incumplimiento, la desconfianza en los medios de comunicación tradicionales da lugar a conspiraciones y noticias falsas, la desconfianza en otras instituciones sociales, sean religiosas, económicas o educativas, reducen espacios de resonancia para la cooperación social.

Ahora ¿es posible aumentar la confianza en otros y las instituciones en medio de la pandemia? Es complicado, pero sí.

En el caso de las institucionales, en particular públicas, resulta clave la transparencia en la información, la sinceridad respecto a la situación y la claridad en los mensajes. El ejemplo es también un mecanismos fundamental para que las personas no tengan dudas sobre el comportamiento esperado y la normalización de su seguimiento. Necesitamos agencias públicas que sean insistentes, no desaprovechen los saldos pedagógicos de la acción pública y reconozcan la importancia de que sus voceros sean el principal ejemplo a seguir. Por último, y es lo más importante, una comunicación pública enfocada (obsesionada) por señalar y hacer visible que “la mayoría de las personas” están cumpliendo y son confiables. Todo esto hay que mirarlo tendiendo en cuenta que, según el Edelman Trust Barometer del año pasado, las personas confían más en la información que les dan sus empleados que sus gobiernos sobre el covid.

Respecto a la confianza interpersonal, hay una amplia literatura sobre los factores (muchos estructurales y de largo plazo) que explican la confianza. La construcción agenciada y a corto plazo es diferente, no solo por su dificultad, sino por las limitantes de medición y seguimiento que no enredan la evidencia. Sin embargo, hay buenas pistas. La División de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) del Banco Interamericano de Desarrollo reconoció, por ejemplo, los esfuerzos realizados por la administración de Medellín en el periodo 2016-2019 por construir confianza ciudadana usando mensajes positivos, experimentos sociales y aplicando la teoría de las normas sociales. Es posible desplegar esfuerzos, sean públicos como este, pero también privados y comunitarios, que intenten mejorar la percepción que tenemos sobre los otros, sus motivaciones, valoraciones y acciones. Enmarcarlo en los comportamientos asociados al cuidado de la pandemia resulta no solo sencillo, sino absolutamente necesario.

El mantenimiento de la concordia: lo que Plutarco tiene para decirle a los políticos actuales.

Plutarco, un historiador, filósofo y político griego que vivió en tiempos romanos (S. I y II), escribió obras de historia y filosofía moral, «Consejos políticos» trata, en particular, sobre el carácter de los hombres de gobierno.

Decía Plutarco que el fin más alto del servicio público es evitar “el conflicto social”. La principal tarea de los políticos es el mantenimiento de la concordia, es decir, el acuerdo colectivo y la armonía entre todos los actores sociales respecto a las formas y alcances de sus discusiones, debates, competencias y enemistades. La política en este sentido es un esfuerzo sistemático por evitar la violencia y degradación de las relaciones sociales. Para Plutarco, una ciudad es un “colectivo de ciudadanos identificados con un proyecto común de convivencia” (2009: 42),

En el ejercicio de la política nos podemos perder en las preocupaciones presentadas por intereses personales, grupales o incluso en asuntos menores como las peleas partidistas o ideológicas. Por eso no resulta excesivo insistir en que la política debe considerarse como la búsqueda del bien común, especialmente, el mantenimiento de la concordia. Actuar de tal manera que se busque el mayor bien para la mayor cantidad de personas, la mayor cantidad de veces, anteponiendo en muchos casos los intereses colectivos a las ambiciones personales.

A principios del siglo I el historiador griego Plutarco le escribió un libro de consejos a un amigo que empezaba a ejercer un magisterio en Asia Menor. La lista de cuestiones reúne asuntos como la relación con adversarios, la respuestas del poder, la importancia de evitar trabajar desde el ego, pero su principal preocupación es señalar que la política debe centrarse en el “bien de la comunidad en su conjunto” (Plutarco, 2009: 32).

Si la política tiene como objetivo la concordia, su ejercicio debe enfocarse en sacar a relucir lo mejor de las personas. Esto exige ser previsor respecto a los efectos que nuestras decisiones tendrán en los comportamientos de los demás, pero, sobre todo, nos obliga a actuar con una preocupación constante por los costos colectivos de estas decisiones. En efecto, no puede haber un beneficio personal (por grande que parezca) que vaya en contravía de la preservación de la concordia.

De esta manera, atacar a otros buscando llamar la atención o ganar preminencia supone un riesgo y un inconveniente. El riesgo es que el apoyo ganado por los ataques llegue por razones mezquinas (envidia del atacado, por ejemplo) y que, por tanto, sea demasiado fluctuante. El inconveniente se expresa en los costos asumidos para la confianza de la discusión política y el cargo (si lo ostenta) de quien es atacado. Ambas razones reivindican que los objetivos de las discusiones políticas deben ser las evidencias, las decisiones, los resultados, los comportamientos públicos y las políticas, no las personas. En la búsqueda del bien común se privilegian los argumentos sobre las ideas, y se debe tener mucho cuidado de no usar el fuego en las discusiones encendidas. Hay pocas cosas tan peligrosas para mantener la concordia en una ciudad como un político que le echa leña al fuego del debate público de forma irresponsable porque solo le importa ganar, así sea para convertirse en gobernante de las cenizas.

El mantenimiento de la concordia también señala la necesidad de cuidar las formas de la discusión política, particularmente, evitar al máximo la rabia, la grosería y el enojo en el debate público. Hay algo innegablemente patético en la rabia, la gritería y la grosería; una sobrecompensación forzada de algo que hace falta. La seguridad es siempre serena, la fuerza es ante todo tranquila. El dominio propio es entonces señal de seguridad y certeza; representa la posibilidad de tomar decisiones desde la prudencia. No solo eso, la serenidad como forma de discusión política es un aporte sustancial para mantener la concordia en el debate público. Pocas cosas se extienden con tal facilidad como la furia.

Así, la preocupación por la concordia en la sociedad colombiana, en donde la violencia política y la desconfianza en el sistema político han sido reglas de la historia reciente de la nación, resulta todavía más relevante. Además, propone una difícil discusión sobre las relaciones entre actores políticos, sobre todo en el ejercicio de gobierno y oposición. De esta manera, la preocupación que propone Plutarco por la concordia tiene esas dos esferas de operación. La primera, la concordia como el mantenimiento de la civilidad y la discusión argumentada en el debate público; y la segunda, la atención a no poner en la mitad de la discusión –menos si se ha perdido la civilidad- a las instituciones del Estado como víctimas de esas peleas.

Referencias:

Plutarco (2009). Consejos políticos / Sobre el exilio. Madrid: Alianza Editorial.

Sobre el carácter de los líderes.

Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EEUU; su desempeño ha estado sustancialmente supeditado al carácter del presidente.

Un líder puede establecer el tono de lo que es aceptable y lo que no, esos límites son en ocasiones fundamentales para delimitar conversaciones públicas moderadas y sensatas. Si el líder político presenta como aceptables en esa discusión ideas que normalmente estaban en los extremos del espectro político (cuando no ideas que son simplemente mentiras o socialmente inconvenientes), puede convertir en interlocutores legítimos a personajes peligrosos.

La lealtad y la mentalidad de grupo también señalan que el carácter del jefe dará límites al carácter de los subalternos. Lo primero es que seguramente el líder buscará rodearse de personas que se le parezcan, pero incluso cuando no lo haga, y muchos casos de personas atípicas en lugares complejos se han visto, estarán definidas por la competencia que todo grupo tiene internamente para mostrar que se hace parte y se pertenece. De allí que muchas personas inesperadas estén en lugares inesperados y todavía más llamativo, defiendan cosas que seguro en otro contexto aborrecerían. Esto es natural a los grupos humanos y por eso no debería ser culpado de esta dinámica; de nuevo, es el carácter del líder el que lleva a que esto sea tan terrible.

Por supuesto, Donald Trump es el ejemplo más reciente, llamativo e influyente de este problema. Su populismo, corrupción y mezquindad egocéntrica ha atraído a personales siniestros a su alrededor y ha permitido que muchos que antes solo estaban en las esquinas oscuras de la discusión política, se puedan parar, sin pena, ni temor, en el frente. Al fondo de todo esto parece estar la disposición de algunos líderes de conseguir réditos políticos a como dé lugar y poner en el medio de esto asuntos como la confianza social, el debate democrático y la verdad. Los daños a largo plazo de esta “forma” de hacer política pueden ser terribles.

Las formas de oponerse a ellos pueden ser directas, como la acción política organizada, la competencia democrática o la denuncia y el control social, o indirectas, como la reflexión académica, las conversaciones familiares y el compromiso determinado por contener las mentiras y desinformación que son su principal aliado. La necesidad de oponerse es absoluta y urgente. Y responsabilidad colectiva.

Esperanzas para 2021.

Todos los años, Pantone propone un «color del año», luego de los giros inesperados y las dificultades de 2020, a todos nos caería muy bien algo de la predictibilidad y aburrimiento que este amarillo opaco sugiere.

Muchas personas iniciamos los años con una lista de deseos, compromisos y metas para los meses siguientes. En esta planeación hay mucho de esperanza y optimismo; pensamos que lograremos muchas cosas y que resolveremos muchos problemas. En diciembre (o antes) sabremos los resultados, casi siempre, muy por debajo de lo deseado. Esto es normal, lo que queremos o asumimos como necesario suele estar lejos de nuestro control y el azar -la fuerza inconsciente de las circunstancias- no puede ser fácilmente predecible.

Nada de esto convierte en vacías o irrelevantes estas listas de cosas que queremos lograr o que ocurran. Todo lo contrario, la dificultad las hace más importantes. Pensando en cosas que me gustaría que pasaran este año y que son de interés público, sobre todo, tres asuntos me parecen fundamentales en 2021.

Nueva cotidianidad: Sí, es un lugar común e incluso, desde cierta perspectiva, una discusión mezquina. Pero ninguno de estos peros hace menos real su necesidad. La pandemia no ha terminado e incluso con el inicio del proceso de vacunación en varios países, las dificultades que enfrentamos en nuestras vidas se mantendrán más o menos parecidas por varios meses, en el más optimista de los escenarios, y años, en el más realista. Con cuidado y sabiduría, la vida debe continuar y esto supone encontrar respuestas a las preguntas grandes sobre cuidado de la vida, atención en salud y recuperación económica y a las pequeñas, sobre las adaptaciones y cambios que hemos hecho y debemos seguir haciendo en nuestras vidas diarias. Esta lista es grande, pero presenta prioridades, asuntos urgentes, como el inaplazable regreso de los estudiante a colegios, universidades y otros escenarios educativos, una necesidad inaplazable.

Recuperar un poco de libertad: No sin necesidad, el año pasado la humanidad “empeñó” buena parte de su libertad. Lo hicimos porque en ocasiones era nuestra única herramienta contra el virus, pero también hubo excesos e incluso cuando fue inevitable, la pérdida para todos fue enorme. La pandemia nos encerró y algunos gobiernos decretaron los encierros por gusto o ineptitud con mucha más recurrencia de lo deseado. Siguiendo el punto anterior, en tanto reorganizamos la nueva cotidianidad, una variable fundamental es la posibilidad de movernos y tomar decisiones con márgenes de maniobra mucho más amplios.

Reivindicar la moderación: El exceso es otra peste de nuestros tiempos. Exceso en la convicción sobre las ideas, en la forma de discutir y defenderlas, en la calificación de los otros como males, como enemigos, como contrarios irreconciliables. El incremento exponencial del uso y las interacciones de los medios sociales han alimentado este problema. Su naturaleza anónima, lejana, esporádica y el diseño que premia las peleas, las denuncias, los abusos a las personas incentivan comportamientos terribles, normalizan e incluso reconocen lo peor de estos mismos excesos. Una alternativa para esto, una posibilidad en la difícil situación de polarizaciones, violencia e intercambios virtuales, es la moderación. Esto es, la agenda por la cuál promovemos e insistimos en la importancia social y personal de dudar, matizar, controlar, conciliar y lograr moderar formas y fondo. Esta es una propuesta que señala la importancia del «punto medio» y la urgencia de que supere discusiones tontas sobre «tibiezas» y se reivindique como una manera sensata de aproximarse a asuntos públicos y particulares en estos tiempos de exceso.

Las esperanzas son optimistas y el optimismo es riesgo. Riesgo de que lo que esperamos no ocurra y sobre todo (y probablemente) que no ocurra como nos imaginamos que lo hará. Sin embargo, sin esperanzas no hay futuro. Sin futuro no hay nada.

¿Cuál es el secreto de la Cultura Metro?

En 2018 la Cultura Metro cumplió 30 años. El programa/campaña es más viejo que el mismo sistema.

Hay algo casi místico en la Cultura Metro. Al menos, en buena parte de las conversaciones que se refieren al programa de relacionamiento comunitario, comunicación pública y comportamiento de usuarios del sistema del Metro de Medellín hay siempre una aura particular, como un reconocimiento que todos hacemos de un ingrediente secreto que puede explicar su éxito. Hay muchas especulaciones sobre estas explicaciones, desde conocimiento y sabiduría popular, lugares comunes y respuestas simplistas e incluso, algunos abordajes académicos que han intentado dar algo de luces sobre porqué parece funcionar.

Y por su «buen» funcionamiento me refiero a los logros reconocibles en términos de reconocimiento general, conexión entre su existencia y sus efectos, y las visibles ventajas en términos del comportamiento de los usuarios. Lo interesante es que en las explicaciones de su efectividad hay una buena controversia. Esas conversaciones a las que me refería más atrás suelen girar entorno a una pregunta que ha trasnochado a un par de Secretarios de Cultura Ciudadana de Medellín «¿Por qué no hemos sido capaces de ‘sacar’ la Cultura Metro del metro?». De nuevo aquí, las respuestas están en disputa y terminan regresándonos a las primeras preguntas, pues ¿Cómo podremos escalar un programa de un sistema de transporte masivo a toda una ciudad (o al menos otros sistemas) si mantenemos dudas sobre lo que precisamente hace que funcione?

De cara a eso, vale la pena revisar algunas respuestas a estas preguntas, que podrían reunirse en estas cuatro hipótesis apresuradas:

*Antes de avanzar es necesario considerar que algunas personas ponen en duda no solo la efectividad, sino la conveniencia de algunas o todas las formas del programa. Aunque pueden haber críticas justas (como en todo) considero que las ventajas del programa y en particular su efecto casi místico sobre el comportamiento de los usuarios, son suficientemente relevantes y convenientes como para subestimarlos.

H1. La insistencia y el largo plazo: la repetición es valiosa. No solo actúa como recordatorio, sino, como oportunidad de señalar una expectativa de comportamiento. Además, como señalan algunos, supone un pilar fundamental de una concepción algo mecánica de educación. Pero no solo sería insistir en normas y formas, también es el tiempo por el cuál eso ha sucedido. Los promotores de esta explicación señalan siempre el hecho de que el programa y la campaña de Cultura Metro existiera antes que el mismo sistema y que haya sido una constante en la comunicación de la empresa.

H2. La asepsia, el orden y el control: cercano a las ideas de la ya célebre teoría de Ventanas Rotas, esta explicación señala la relevancia para el comportamiento de los usuarios y el aprecio de los ciudadanos, de los pisos trapeados y las basuras recogidas. De igual manera, la disposición a hacer cumplir estas y otras normas con la ayuda de figuras de autoridad y mensajes indicativos de cuidado del espacio. De ahí la importancia de las señales, mensajes y sobre todo, la presencia de miembros de la policía dentro del sistema. La asepsia en este caso también se entiende como contagiosa, es decir, resulta más difícil que una persona dañe un mobiliario o arroje una basura en una plataforma de metro impecable que en una llena de basuras y en mal estado. El esfuerzo sistemático de la empresa por cuidar cada metro cuadrado del sistema y apresurarse a limpiar, arreglar o cambiar cada cosa que se deteriore es testamento de esa política. Evitar otras expresiones dentro del Metro, como las ventas o las presentaciones de artistas buscan el mismo objetivo.

H3. El orgullo, el sentido de pertenencia y un poco de regionalismo: los medellinenses son los colombianos que, de acuerdo a las comparaciones de las Encuestas de Cultura Ciudadana de los últimos diez años, se siente más orgullosa de su ciudad. Ese porcentaje de personas que sienten un fuerte apego e identificación con Medellín pocas veces baja del 88% y ese orgullo bien puede extender a símbolos particulares de la ciudad, en particular, diría esta explicación, al único sistema metro del país. Esa exclusiva no es menor, no solo supone un orgullo como logro común de una ciudad, sino, como comparación a que en otros lugares no se haya podido lograr a pesar de ingentes esfuerzos. Esto pisa las lindes odiosas del regionalismo (otra de las críticas que en ocasiones reciben campañas como las de Cultura Metro), pero parece estar, al menos, en la cabeza de las personas de la ciudad cuando tienen que explicar las razones de su comportamiento en el sistema.

H4. Las normas sociales y las profecías autocumplidas: lo primero es una expectativa normativa, es decir, que las personas sepan lo que es deseable de ellos en un lugar o situación específica. Luego, que ellos evidencien o sepan que muchos más o la mayoría de sus pares, también hacen eso mismo. Finalmente, que en la manera como la gente se relaciona con esa situación, las dos expectativas se vean como algo «normal», como lo que «la gente de aquí hace en esa situación o lugar». Y entonces nace la norma social, el comportamiento colectivo explicado en lo que creemos que otros hacen, esperan que hagamos y valoran positivamente cuando hacemos. En el Metro bien podrían estar en juego normas sociales de comportamiento y una especie de acuerdo colectivo sobre la manera cómo las personas de Medellín hacen las cosas respecto y en el Metro.

Estas hipótesis no son excluyentes entre ellas (o con otras que no estén aquí por descuido o ignorancia mía). Bien puede ser que haya un poco de cada una en la respuesta a la pregunta por el ingrediente secreto y reconociendo que la principal conclusión de esto, a 25 años de funcionamiento del sistema y más de 30 del programa, sigue siendo la necesidad de conocer más y mejor las razones de su éxito.

¿Es posible despolarizar la discusión política actual? Una alternativa desde Star Wars.

Por más columnas como esta.

Es un lugar común señalar que muchos espacios actuales de discusión política están supremamente polarizados (en Colombia, pero también en otros países). Uno podría decir que la polarización supone el alejamiento entre los puntos de encuentro de las creencias políticas de las personas; la situación por la cuál las opiniones divergentes llevan primero a crear adversarios y luego, enemigos. Esto supera a los líderes políticos (algunos de los cuáles seguro toman tinto juntos, mientras se ríen de las discusiones que provocan sus peleas en los medios sociales) y se centra sobre todo en los debates cotidianos que las personas tenemos sobre nuestras posturas políticas. En Twitter, en Facebook, por supuesto, pero también en comidas familiares y espacios laborales, entre amigos e incluso, en eventuales confrontaciones, entre desconocidos.

La polarización (llevada a ciertos extremos, por supuesto) puede ser inconveniente porque desincentiva los acuerdos políticos, enrarece el debate público, exilia la moderación al verla como tibieza y al final, en algunos casos, puede llevar a la violencia. Pero metidos en medio de las pantanosas peleas de «ellos» contra «nosotros» ¿se puede hacer algo para des escalar la tensión de la polarización? ¿Se pueden reconstruir los puentes a los que tantos incendiarios les echaron fuego?

Es obvio que los medios sociales han permitido que los grupos se hagan más estrechos, más unidos y las oportunidades de “demostrar” lealtad (ser más papista que el papa da buenos puntos). De igual manera, ha facilitado que las personas consigamos información que valide nuestras ideas y que construyamos cajas de resonancia en el que nuestras posiciones son validadas constantemente. El conflicto se convierte también en una tentación constante de linchamiento y las posiciones moderadas o conciliadoras no suelen salir muy bien libradas. Sumado a todo esto, el incentivo principal de los medios sociales -me gustan, corazones y compartidas- premian la controversia y el insulto.

En su libro “La mente de los justos”, Jonathan Haidt señala la influencia que la disonancia cognitiva y la disposición evolutiva que tenemos a organizarnos en grupos y desarrollar lealtades grupales que reafirman nuestra identidad, tiene sobre la dificultad para nuestras cabezas de aceptar argumentos contrarios a nuestra ideas iniciales o identidades ideológicas. Para esta herencia de cientos de miles de años, nuestro recién descubierto coctel de auto gratificación social y refuerzo de ideas previas es bastante parecido a una droga.

Un lugar inesperado para pistas interesantes en la superación de esta situación se encuentra en la ciencia ficción de aventuras. En su libro «La ideología de Star Wars» (2017), Fernando Ángel Moreno señala la importancia de los personajes que desescalan conflictos en la resolución de tensiones irresolubles y polarizantes. Este rol es personificado en la primera trilogía de la saga por Luke Skywalker y su reticencia a matar a Darth Vader, su padre, incluso a riesgo de morir el mismo al final de «El regreso del Jedi». Esta acción remide a Vader, pero también a Luke y señala un punto de quiebre para una historia centrada en la dicotomía absoluta del lado luminoso y el lado oscuro de «La Fuerza». Luke es al final un extraño protagonista del género y como sostiene Moreno «rompe con el héroe tradicional al renunciar a matar al villano» (p. 146).

El punto central de Moreno es que Luke, el protagonista de la primera trilogía de Star Wars (y de alguna manera, una presencia central en la tercera), es la representación de los puentes entre extremos. El problema de los dos extremos en las películas es que las posibilidades de cercanía, de acuerdo, de resolución no violenta son ninguna (con excepción de la acción de Luke, que va en contravía de las indicaciones de sus maestros y a la vez, lo arriesga a perder su vida). El heroísmo de Luke se presenta al renunciar a «destruir» a su enemigo, una decisión que ni los más encumbrados Jedi habrían considerado (Los dos maestros de Luke le señalan la necesidad de matar a Vader, pero solo él tiene esperanzas en su padre, «aún hay bien en él», dice). Explica Moreno:

nuestra educación en un mundo de ‘ellos’ y ‘nosotros’, al que estamos acostumbrados día a día, puede despertar cierta simpatía hacia esta lucha y cierto deseo de aniquilar al enemigo, de hacerle trizas, de humillarle (…) Luke no lo hace (…) No se humilla al enemigo, no se le destruye. Es el propio enemigo el que toma la decisión de abandonar su dualismo y rebelarse contra aquellos que desean mantenerse en él.

Moreno 2017, p. 137.

Y con esta acción, mientras su sable laser cae al piso y renuncia a la lucha en esos términos, la dicotomía irreprimible termina (al menos por ese momento). La saga habla de «devolverle el equilibrio a la Fuerza» constantemente, en esa acción particular de Luke de evitar la aniquilación de su enemigo está probablemente la única vez en todas las películas que vemos esto realmente en acción. Evitar la tentación de destruir, humillar, acabar con nuestro contrincante es precisamente eso: equilibrio.

¿Es posible bajar nuestros sables? No para juntarnos, o renunciar absolutamente a nuestras ideas, al fin de cuentas, hay distancias profundas entre no hacer alianza y destruirse mutuamente. Precisamente en el acto de reconocer en nuestro contrario no a un enemigo, sino a un adversario, en ver en sus ideas, creencias y motivaciones razones tan potentes, así no sean compartidas, como las mías. Y sobre estas ideas, bajar el arma. Romper la rueda. Salir del pantano. Evitar el único aparente desenlace de la lucha sin descanso, de la competencia por quién gobernará sobre las cenizas.

Año viejo.

Una tradición que se resiste, muñecos de años viejo en diciembre de 2019.

Seguro ya los preparan en bodegas y casas; imagino la ropa vieja, los miembros de trapo y la cabeza de papel maché con las extremidades púrpuras del odiado bicho. Los años viejo del Covid-19 estarán pronto asomándose a carreteras intermunicipales y glorietas de todo el país; similar a la urgencia que sentimos todos y que parece ya un acuerdo colectivo de la necesidad de que termine este año. Y los quemarán por montones en esas semanas de festejos sobre lo que queremos dejar atrás, como si los humos de miles de muñecos de trapo pudieran hacer competencia a Pfizer y su vacuna en espantar la pandemia.

En todo el país diciembre es momento de celebración. Las fiestas, reuniones, el consumo de alcohol, la quema de pólvora, la música a altos volúmenes, en fin, las pesadillas del Código de Policía y las de las más recientes y apremiantes medidas de bioseguridad. Pero diciembre también es el momento que millones de colombianos esperan para ver a sus familias, reunirse con amigos y vecinos y obvio, despejar cabezas y corazones. Hay algo catártico en la manera como históricamente asumimos el fin de año. De ahí los anuncios en emisoras populares desde septiembre que “ya llegó diciembre” y las decoraciones de navidad que se asoman por ventanas y balcones desde el 1ro de noviembre y sobreviven hasta casi finales de enero.

Gracias a la suma de esta “expectativa acumulada”, las reuniones y sobre todo, el consumo, no es extraño que el fin de año sea una de las épocas más violentas (en cuanto a convivencia) en las ciudades colombianas. Otros problemas como la quema de pólvora, los incidentes viales y hasta los quemados por líquidos calientes se incrementan. La alegría inunda la navidad como llamadas al 123 el 31 de diciembre. A riesgo de parecer mojigato, y aclarando cualquier sospecha de “grinch”, es necesario señalar que durante el fin de año hay una cantidad de comportamientos inconvenientes que se incrementan en Colombia. El asunto supera (aunque se conecte) con la quema de pólvora y el consumo excesivo de alcohol. Los problemas de convivencia como las riñas, y los delitos como lesiones personales y violencia intrafamiliar, son tristes protagonistas de la celebración.

El fin de año acumula tensiones de los doce meses previos y parece ofrecer oportunidades de válvula de escape. En un año tan complicado como este, resulta preocupante pensar en las cosas que podrían salir disparadas del otro lado. Es importante reconocer -al menos- la probabilidad de que para este fin de año haya todavía más impulsos que en la historia reciente. Esto resulta inconveniente no solo por los problemas comunes de la época, sino por la coyuntura en la que nos encontramos.

Nada de lo anterior debería tomarse como una invitación a echar mano de los repertorios de coerción que los estados locales han desarrollado durante la pandemia. Tampoco, que debamos obviar la pandemia en medio de la que nos encontramos. Discúlpenme la tibieza de pedir por el uso consciente de cada medida en caso de necesidad. Pedagogía y movilización ciudadana siempre que sea posible, coerción y control cuando sea necesario. Para esto contamos con buenas pistas y evidencia sobre grupos manejables, arreglos logísticos seguros e indicaciones de comunicación pública clara y conductual. La subestimación a estas herramientas que superan toques de queda que se intuye en la manera de tomar decisiones de muchos gobiernos no augura nada bueno.

Por ellos también, mejor que acabe el año.

El guayabo populista

En varias ciudades de Estados Unidos la victoria de Biden (pero sobre todo la derrota de Trump) fue recibida con celebraciones en las calles como esta en Washington DC.

Trump perdió y aunque esto pronosticaban la mayoría de los modelos y encuestas, la verdad es que muchos analistas estaban nerviosos con el eventual resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses y la posibilidad de que los pronósticos, así como en 2016, se equivocaran. Ahora, aunque la victoria de Joe Biden no fue tan aplastante como se esperaba y aunque la campaña de Donald Trump ha anunciado varias iniciativas para demandar los resultados, en el futuro cercano parecen haber pocas dudas al hecho que el próximo 20 de enero Biden asumirá su periodo como presidente. Los estadistas suelen asumir los retos de reconstruir las ruinas institucionales de revolucionarios y reaccionarios. El populismo deja muchas tareas a los hombres sensatos, que en ocasiones serán culpados por sus consecuencias. Biden enfrentará muchos retos sociales, económicos y políticos.

La división y polarización que vive el país es evidente. El Pew Research Center ha medido la distancia entre ideas políticas de los votantes de Trump y Biden, al igual que las percepciones negativas entre ellos. No es solo que piensen diametralmente diferente en asuntos como la migración, los derechos de las minorías o el manejo del COVID-19, es que consideran que las posturas y decisiones de otros ciudadanos son fundamentalmente inconvenientes para el país. De igual forma, la situación social y política, en particular con agendas como la reforma policial y la misma enconada oposición que los republicanos y el mismo Trump establezca, y la situación económica luego de meses de una pandemia global que todavía se resistirá meses en remitir, no son alentadoras.

Mientras todo esto se desenvuelve un poco, hay varias lecciones para todos en el ascenso y la caída de Donald Trump. Primero, incluso en entornos de escepticismo sobre las intenciones de los políticos, reconocer algún nivel de estatura moral en nuestros gobernantes es clave. Lo que se hace desde un lugar de poder semejante señala el camino de lo deseable o indeseable, permitido o reprochable en términos sociales. Tener a un hombre malo como gobernante no es cosa menos, incluso, si pudiera ser bueno en su trabajo (que Trump no lo era).

El populismo es un enemigo de todas las democracias y de la libertad y puede estar a cualquier vuelta de la esquina. Aunque Trump no es una anomalía de la cultura política estadounidense, sí es una de su sistema institucional. Una anomalía en el sistema no saca setenta millones de votos en su candidatura a la reelección. Es decir, sus visiones, ideas y formas no son extrañas para una parte de la población estadunidense conservadora, rural, blanca y temerosa de los cambios, en particular, los que tienen que ver con la composición racial de su país, pero todo el sistema electoral y político de Estados Unidos fue creado para evitar que personajes como Trump ganen la presidencia. El mismo sistema de elección presidencial por votos de electores por estado debía precisamente evitar el populismo y actuar como freno a posibles prospectos de tiranía a los ojos de los redactores constitucionales de la unión americana. De ahí que su derrota sea en partes iguales una victoria demócrata y una victoria de los ajustes institucionales puestos para sacarle el cuerpo a populistas y dictadores.

Lo segundo es la advertencia sobre la influencia de la polarizarización y las historias no concluidas en términos sociales para el riesgo populista. Una historia que países como Colombia, que gaguea en su disposición para asumir su posconflicto, debería tener muy presente. La robustez institucional estadounidense fue puesta duramente a prueba, y parece que sobrevivió el embate de un personaje como Trump. Países con tradiciones de estabilidad democrática menos fuertes pueden venirse abajo rápidamente si personajes como estos llegan al poder. Ese riesgo debería desvelar a los que nos preciamos de la democracia.

Mientras tanto, y mientras todo, no cabe sino alegrarse por unos días de que, en un año por lo demás cargado de giros inesperados, muertes excesivas y en general mala suerte, el redactor de la historia universal nos ha dado a muchos un respiro.