En «inserte el nombre de la institución» confío.

Pérdida de confianza institucional: Una prospectiva del capital social  mexicano
La confianza es, al final, la disposición a ponerse en las manos de otro, sea persona o institución.

De acuerdo a la Encuesta Mundial de Valores, la confianza en las «grandes empresas» colombianas pasó del 57% al 28% entre el periodo 1994-1998 y el de 2017-2020. Esta reducción sustancial en la manera como las personas valoran, se relacionan y perciben al sector privado no es única, la confianza institucional (esto es, la confianza que le tenemos a organizaciones, grupos y personajes de interés para la vida social) se ha reducido sistemáticamente en Colombia en las últimas dos décadas.

El escenario no es muy diferente en instituciones públicas, la confianza en la Policía pasó del 49% al 24% en este mismo periodo de tiempo, así como el gobierno nacional, que pasó de 35% a 12% (y aquí, las diferencias entre presidentes no parecen ser muy relevantes, la caída es sostenida). Otras instituciones privadas también se han resentido, la Prensa en Colombia ha pasado de despertar confianza en el 45% de los encuestados en 1994-1998 al 16% en 2017-2020. Para los Bancos la confianza institucional pasó del 51% al 28% y en las Universidades del 73% al 52% entre el periodo 2010-2014 y 2017-2020.

Uno de los casos llamativo de revisar los datos de confianza en las instituciones es el del Gobierno Local de Medellín. Por años, los alcaldes de la ciudad han sido populares (aunque hay excepciones, casi siempre por encima del 60% de aprobación de su gestión), pero la Alcaldía no despierta mucha confianza en las personas. Entre 2009 y 2019 el promedio de las personas que confían «mucho» o «muchísimo» en el gobierno local de la ciudad es de 34% (Encuesta de cultura ciudadana de Medellín, 2019). En este caso la tendencia no es tan clara a la baja, pero la confianza en la Alcaldía de Medellín nunca ha estado por encima del 40% desde que se realiza la encuesta.

La confianza es un activo fundamental de cualquier sociedad. La economía, la sociología y la ciencia política han estudiando con bastante juicio los beneficios que le traen a una comunidad que exista confianza entre sus miembros y con sus instituciones. El crecimiento económico, la salud de la democracia, la paz y convivencia, el cumplimiento de reglas y acuerdos, entre otras muchas cosas deseables, van de la mano con altos niveles de confianza. De ahí que el resentimiento de la confianza en las instituciones sea motivo de alarma. No solo porque en su ausencia nos perdemos de sus beneficios, sino porque bajos niveles de confianza en las instituciones pueden ser síntomas de otros males por venir, como aumentos en violencia, dificultades de coordinación social y en particular, el ascenso de populismos y autoritarismos.

Los líos en los que andan las instituciones colombianas son señal de riesgo; llamado de atención para quienes las lideran y las representan. Las relaciones saludables entre las personas y sus empresas, organizaciones y entidades públicas son una buena señal de la estabilidad democrática. Preguntarse por qué está pasando esto y evaluar las oportunidades de fortalecer y establecer estos lazos entre instituciones y ciudadanos es fundamental.

Al final, la confianza supone riesgo y reciprocidad. Cuando confiamos en alguien, nos arriesgamos a que no cumpla su parte del trato y sobre todo, esperamos que confíe también en nosotros. El primer elemento se suele dar por sentado y muchas organizaciones, empresas y entidades públicas intentan hacerlo manifiesto: su confiabilidad está medida por si la gente cree o no que los van a engañar en una interacción. Aunque necesaria, esta comprensión no puede ser suficiente. La relación que las personas establecen y esperan de las instituciones supera el criterio más sencillo de confiabilidad.

En la segunda pregunta puede estar la clave, si la confianza presupone sobre todo, reciprocidad ¿qué tanto confían las instituciones en las personas? Esto es importante porque muchas relaciones de confianza empiezan y se basan en que las personas no solo depositan su confianza en otros, sino que ven esa esperanza recompensada y un compromiso renovado en tanto los otros también confían en ellos.

Construir confianza es difícil porque puede llegar a exigir altos costos para quienes adelantan ese proceso. Primeror, porque la confianza debe ser resiliente, es decir, una vez establecida, su objetivo es convertirse en lo suficientemente fuerte para aguantar las eventuales defraudaciones que supone cometer errores. Pero, sobre todo, la confianza puede llegar a exigir demostraciones riesgosas, esto es, dar los primeros pasos para poder empezarse a construir. Dos pregunats que toda empresa, organización y entidad pública debería hacerse entonces, si le interesa esta agenda, son ¿en qué momentos estoy demostrando que confío en mis ciudadanos/clientes/usuarios? Y si no existen o son fácilmente identificables ¿qué está esperando para empezar?

¿Está en riesgo el «modelo Medellín”?

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Mapa de vías en Medellín y otros municipios del Valle de Aburrá.

En los últimos días docenas de analistas, opinadores, políticos y académicos han señalado en sendas columnas, notas y comentarios la gravedad de la “crisis institucional” por la que pasa Medellín. La decisión del alcalde de la ciudad de dejar a un lado la Junta Directiva de Empresas Públicas de Medellín para que la empresa demandara al consorcio Hidroituango, al igual que hacerlo para pedirle la renuncia al Director de Ruta N (y nombrar su reemplazo), desencadenó la renuncia de ambas juntas y de algunos de sus miembros en otros escenarios de dirección de las entidades públicas de Medellín.

Creo que una manera de analizar esta situación que puede resultar esclarecedora sobre sus consecuencias (y su gravedad) es hacerlo desde una perspectiva “institucionalista”. Es decir, pensar esto de “crisis institucional” en términos de una crisis en las reglas de juego comúnmente acordadas. Más que cualquier otra cosa, cuando analistas y líderes políticos y económicos hablan de “gobierno corporativo” se refieren a un arreglo institucional, esto es: una serie de reglas de comportamiento y decisión que configuraban, entre otras cosas, la forma de coordinación entre el sector público, privado y social en Medellín.

Incumplir una expectativa de comportamiento -una norma-, no es terrible solo porque vaya en contravía de lo que dicta el sistema, sino porque defrauda a los otros involucrados, cuya confianza estaba puesta en que la otra parte cumpliría ese implícito acuerdo de hacer lo esperado. De seguir la norma que todos pensábamos que estaba en uso.

El lío con pasar por encima de esas reglas de juego es que introduce un elemento de desconfianza e impredecibilidad en el juego. Imaginen una partida de parqués en la que, de un momento a otro, un jugador empieza a poner sus propias y nuevas reglas, ahora cada lanzamiento de dados es doble, ahora él saca fichas de la cárcel cuando quiera, ahora este jugador llega al cielo con un único movimiento. Seguramente, frente a este hecho, los otros jugadores protestarán, pero eventualmente, no tendrán otra opción que levantarse de la mesa. El juego habrá terminado.

Así las cosas, las crisis en los arreglos institucionales llevan a la inestabilidad, al incremento de la incertidumbre. Y en una circunstancia como esta es más probable que los jugadores prefieran cuidar sus propios intereses que cooperar. Destruir este arreglo institucional implica que todos los involucrados no saben que esperar del futuro, que los acuerdos previos ya no funcionan.

Ahora ¿cuál es la importancia de este arreglo institucional local que se encuentra en crisis? Pues que ha puesto en riesgo lo que podría denominarse como la “receta Medellín”, el modelo que durante un par de décadas ha supuesto un marco de relaciones entre los actores sociales de la ciudad. Los acuerdos para trabajar de manera conjunta entre el sector público, privado y social de Medellín para enfrentar sus problemas públicos ha sido un ingrediente importantísimo en esta receta. Uno puede tener reservas sobre algunos elementos de nuestra fórmula, pero desconocer sus logros sería injusto y no preocuparse por su ruptura, inocente o malicioso.

Y esto supone también que todos los que nos inquietamos por los rumbos y las decisiones públicas en nuestra ciudad recelemos de las motivaciones y las consecuencias de esta crisis; y que sobre las perspectivas de incertidumbre de los acuerdos que se han hecho trizas, nos movilicemos para cuidar, vigilar y exigir, que todo el camino que hemos recorrido en la ciudad no se desande.