Capítulo: Confianza en construcción.

¿Deberían las empresas confiar en las personas? O mejor ¿deberían preocuparse por cómo se hacen confiables para las personas? O incluso ¿deberían implementar ajustes en la forma cómo funcionan sus negocios para que las personas confíen más en ellas? Evidentemente, la respuesta a estas tres preguntas es «sí». La confianza, ingrediente no tan secreto del éxito de las democracias liberales de mercado, resulta fundamental para un montón de interacciones sociales, incluidas, las transacciones comerciales. Sin confianza, o con poquita confianza, las sociedades funcionan de alguna manera como atrofiadas: son lentas, injustas, corruptas. La confianza permite superar barreras de cooperación, establece beneficios colectivos y mejora los procesos de decisión común.

Las empresas, evidentemente, deberían ponerle atención a la confianza como variable social. Ese es en parte el principal argumento de este libro, «Confianza en el siglo XXI», que incluye el capítulo «Confianza en construcción: ideas desde la revisión de casos y experiencias de confianza empresarial». El capítulo reúne experiencias de construcción de confianza agenciadas por empresas de todo el mundo y los enmarca en una aproximación de pilares de confianza que señala agendas posibles para las organizaciones que quieran replicarlas y trabajar en sus lazos de confianza con las personas y en la confianza general de su sociedad.

Aquí pueden leer el capítulo completo:

En «inserte el nombre de la institución» confío.

Pérdida de confianza institucional: Una prospectiva del capital social  mexicano
La confianza es, al final, la disposición a ponerse en las manos de otro, sea persona o institución.

De acuerdo a la Encuesta Mundial de Valores, la confianza en las «grandes empresas» colombianas pasó del 57% al 28% entre el periodo 1994-1998 y el de 2017-2020. Esta reducción sustancial en la manera como las personas valoran, se relacionan y perciben al sector privado no es única, la confianza institucional (esto es, la confianza que le tenemos a organizaciones, grupos y personajes de interés para la vida social) se ha reducido sistemáticamente en Colombia en las últimas dos décadas.

El escenario no es muy diferente en instituciones públicas, la confianza en la Policía pasó del 49% al 24% en este mismo periodo de tiempo, así como el gobierno nacional, que pasó de 35% a 12% (y aquí, las diferencias entre presidentes no parecen ser muy relevantes, la caída es sostenida). Otras instituciones privadas también se han resentido, la Prensa en Colombia ha pasado de despertar confianza en el 45% de los encuestados en 1994-1998 al 16% en 2017-2020. Para los Bancos la confianza institucional pasó del 51% al 28% y en las Universidades del 73% al 52% entre el periodo 2010-2014 y 2017-2020.

Uno de los casos llamativo de revisar los datos de confianza en las instituciones es el del Gobierno Local de Medellín. Por años, los alcaldes de la ciudad han sido populares (aunque hay excepciones, casi siempre por encima del 60% de aprobación de su gestión), pero la Alcaldía no despierta mucha confianza en las personas. Entre 2009 y 2019 el promedio de las personas que confían «mucho» o «muchísimo» en el gobierno local de la ciudad es de 34% (Encuesta de cultura ciudadana de Medellín, 2019). En este caso la tendencia no es tan clara a la baja, pero la confianza en la Alcaldía de Medellín nunca ha estado por encima del 40% desde que se realiza la encuesta.

La confianza es un activo fundamental de cualquier sociedad. La economía, la sociología y la ciencia política han estudiando con bastante juicio los beneficios que le traen a una comunidad que exista confianza entre sus miembros y con sus instituciones. El crecimiento económico, la salud de la democracia, la paz y convivencia, el cumplimiento de reglas y acuerdos, entre otras muchas cosas deseables, van de la mano con altos niveles de confianza. De ahí que el resentimiento de la confianza en las instituciones sea motivo de alarma. No solo porque en su ausencia nos perdemos de sus beneficios, sino porque bajos niveles de confianza en las instituciones pueden ser síntomas de otros males por venir, como aumentos en violencia, dificultades de coordinación social y en particular, el ascenso de populismos y autoritarismos.

Los líos en los que andan las instituciones colombianas son señal de riesgo; llamado de atención para quienes las lideran y las representan. Las relaciones saludables entre las personas y sus empresas, organizaciones y entidades públicas son una buena señal de la estabilidad democrática. Preguntarse por qué está pasando esto y evaluar las oportunidades de fortalecer y establecer estos lazos entre instituciones y ciudadanos es fundamental.

Al final, la confianza supone riesgo y reciprocidad. Cuando confiamos en alguien, nos arriesgamos a que no cumpla su parte del trato y sobre todo, esperamos que confíe también en nosotros. El primer elemento se suele dar por sentado y muchas organizaciones, empresas y entidades públicas intentan hacerlo manifiesto: su confiabilidad está medida por si la gente cree o no que los van a engañar en una interacción. Aunque necesaria, esta comprensión no puede ser suficiente. La relación que las personas establecen y esperan de las instituciones supera el criterio más sencillo de confiabilidad.

En la segunda pregunta puede estar la clave, si la confianza presupone sobre todo, reciprocidad ¿qué tanto confían las instituciones en las personas? Esto es importante porque muchas relaciones de confianza empiezan y se basan en que las personas no solo depositan su confianza en otros, sino que ven esa esperanza recompensada y un compromiso renovado en tanto los otros también confían en ellos.

Construir confianza es difícil porque puede llegar a exigir altos costos para quienes adelantan ese proceso. Primeror, porque la confianza debe ser resiliente, es decir, una vez establecida, su objetivo es convertirse en lo suficientemente fuerte para aguantar las eventuales defraudaciones que supone cometer errores. Pero, sobre todo, la confianza puede llegar a exigir demostraciones riesgosas, esto es, dar los primeros pasos para poder empezarse a construir. Dos pregunats que toda empresa, organización y entidad pública debería hacerse entonces, si le interesa esta agenda, son ¿en qué momentos estoy demostrando que confío en mis ciudadanos/clientes/usuarios? Y si no existen o son fácilmente identificables ¿qué está esperando para empezar?