Ideas para superar una crisis.

«Crisis» de Jared Diamond.

Jared Diamond aborda en “Crisis: Cómo reaccionan los países en momentos decisivos” una metáfora analítica que aunque en la superficie parezca forzada, es capaz de señalar algunos puntos interesantes sobre la manera como algunas sociedades han salido fortalecidas o debilitadas de sus momentos de crisis. Diamond señala que es posible revisar las crisis de los países siguiendo las técnicas de la atención sicológica de crisis y que los fundamentos sobre los que trabaja esa disciplina pueden explicar (hasta cierto punto, por supuesto) los diferentes desenlaces en las crisis sociales.

Los doce factores que recoge Diamond son: 1. el reconocimiento de encontrarse en una situación de crisis; 2. la aceptación de la responsabilidad personal en la crisis; 3. construcción de un cercado para cotar individualmente los problemas a los que hay que dar solución; 4. obtener la necesaria ayuda material y emocional de otros individuos y grupos; 5. la adopción de otras personas o casos como modelo de resolución de problemas; 6. fortaleza del ego; 7. una autoevaluación honesta; 8. las experiencias previas en otras crisis personales; 9. la paciencia; 10. la flexibilidad; 11. los valores personales centrales; y 12. la ausencia de constreñimiento personal.

El autor insiste en no ver esto sin las limitaciones razonables de la misma metáfora analítica. Hay muchos elementos de las crisis personales que no se parecen a las nacionales. Asuntos como la naturaleza del liderazgo político, la presencia de instituciones políticas y económicas, la geografía y las dificultades de la acción colectiva no son comprensibles bajo este modelo. Sin embargo, hay algo sugestivamente relevante sobre la revisión de estos factores al mirar crisis sociales cercanas. Diamond señala que las crisis son momentos en los que se agotan o tensionan modelos previos, se introduce una influencia externa a un sistema que lo obliga a replantearse para sobrevivir o se desata esa fuerza desde los mismos problemas internos acumulados del sistema. Las crisis son encrucijadas, momentos de verdad, puntos de inflexión.

Recientemente se ha señalado que Medellín se encuentra en medio de una crisis. Hay certezas perdidas, polarizaciones agitadas, discusiones sobre decisiones públicas que superan la forma y ponen el énfasis en el fondo; un debate álgido y tensionante sobre lo que los liderazgos de la ciudad hacen, han hecho y harán. Diamond vería una crisis también. Más allá de revisarla desde los doce factores que señala el autor, probablemente estemos muy en la mitad del asunto para verlos con justicia, hay un elemento que la revisión de varias crisis nacionales señala como lecciones generales a Diamond y que creo que Medellín tiene para echar mano en estos momentos: la fortaleza del ego (que puede entenderse como la percepción que tenemos de nosotros mismos) y los cambios por selección (la disposición a hacer ajustes en asuntos necesarios).

Sin embargo, para llegar a que nuestra fuerte sentido de comunidad política y nuestra histórica disposición a ajustar lo que debe ajustarse entren en funcionamiento, es clave, primero, reconocer la crisis y segundo, cercar muy bien lo que es motivo de problema y lo que no. En este sentido, conversar, reflexionar y comprender lo que está pasando es absolutamente necesario. La urgencia de nuestros tiempos.

Artículo «Políticas públicas locales, un caso de estudio sobre la cultura ciudadana» en Gobernar.

La política pública de cultura ciudadana de Medellín, aprobada en 2019 e implementada desde 2020, es un logro fundamental para la agenda de cambio cultural de la ciudad. En este artículo, publicado junto a Juan Diego González y Andrea Arroyave en la revista Gobernar, revisamos la trayectoria del proceso de formulación de la política, desde los problemas identificados en el diagnóstico, hasta los escenarios de participación y validación utilizados para configurar su estructura. El artículo presenta las apuestas metodológicas y conceptuales de la política pública (como los puentes entre el enfoque de cultura ciudadana y la meta colectiva de la ciudadanía cultural) y las principales apuestas definidas por la política pública. Finalmente, señala lecciones e ideas relevantes para la manera como comprendemos procesos similares y se revisan políticas públicas locales, en particular, las que incluyen elementos de cambio cultural.

Aquí pueden descargar el artículo completo:

Capítulo en «Co-crear la cultura ciudadana: Apuntes conceptuales y taller de ideas».

La portada de la publicación.

Durante los últimos meses de 2020, el Laboratorio de Cultura Ciudadana de Medellín, iniciativa de la Alcaldía de Medellín y la Universidad EAFIT, estuvo trabajando con los equipos de trabajo de la Secretaría de Cultura Ciudadana y otras dependencias de la administración municipal en agendas de trabajo que desde la Política Pública de Cultura Ciudadana y el Plan de Desarrollo Municipal se plantean urgentes. El enfoque de cultura ciudadana, sus puentes con las ciencias del comportamiento y las metodologías de diseño cocreativo de intervenciones, campañas y mensajes, fueron las conexiones para desplegar esta agenda de investigación y práctica.

Uno de los resultados de este trabajo es la publicación «Co-crear la cultura ciudadana: Apuntes conceptuales y taller de ideas», que recolecta las principales conclusiones de los talleres de ideas adelantados por el equipo y algunas reflexiones conceptuales. En una de estas últimas, «Un laboratorio para pensar la cultura ciudadana de Medellín», abordo los retos de implementación -en particular sobre coordinación y priorización de acciones- y las oportunidades que la interdisciplinariedad y el sesgo prosocial pueden señalar para la laboratorio y la ciudad.

Aquí pueden consultar la publicación del Centro de Análisis Político de la Universidad EAFIT al respecto y descargar el texto completo.

Y aquí pueden descargar mi capítulo:

¿Pueden los gobiernos y las empresas confiar en las personas?

En 2018 y 2019 la estrategia «Medellín está llena de Ciudadanos Como Vos» realizó una serie de experimentos sobre confianza. En la imagen , el bus de la confianza.

Lo primero: sí, pueden y más importante aún, deben confiar en la gente. Pueden porque confiar suele crear una expectativa de cumplimiento recíproco en la contraparte. Es decir, es más probable que las personas se sientan interpeladas a honrar la confianza que a expresar confianza. Esto supone reconocer la importancia del primer paso en una relación confiada. Los gobiernos y empresas, en tanto organizaciones complejas y con profundidad de recursos, pueden darse el lujo de confiar «de primeras». Además, la asimetría que delimita las relaciones entre pequeñisimas personas individualitas y gigantescas burocracias o corporaciones vuelve difícil que las primeras confíen en las segundas.

Ahora, deben hacerlo porque la confianza puede reproducirse por expresarse y a la vez, porque su aumento en la forma de capital social resulta fundamental para que las sociedades sean más democráticas, igualitarias, pacíficas y desarrolladas. Pero también, porque hay buena evidencia, desde la economía experimental, hasta la chocobacanería de la observación anecdótica que apoya esa disposición a que confiar no solo es importante para gobiernos y empresas, sino, que suele ser seguro, apreciado e incluso, rentable.

Entre 2016 y 2019 tuve el feliz privilegio de trabajar en la agenda de cultura ciudadana de Medellín. En 2018 y 2019, el equipo de la Subsecretaría de Ciudadanía Cultural desplegó la estrategia «Medellín está llena de Ciudadanos Como Vos». Uno de los experimentos de muchos que sacamos a la calle era la Tienda de la Confianza, una chaza de productos que se atendía sola; el juego suponía poner a prueba la expectativa de que las personas no le robarían a la Tienda, incluso, cuando era posible, sencillo y sin consecuencias. El día de la presentación de la Tienda, mientras los medios locales nos preguntaban por el ejercicio, una mujer se me acercó a preguntarme si hacía parte del equipo y a resolver algunas dudas sobre la dinámica. Entendido todo, exclamó: «¿Entonces están confiando en las personas? Es la primera vez que el Estado confía en mí». Su sorpresa fue dolorosa y a la vez, confirmaba que íbamos en la pista correcta.

La confianza puede reproducirse por expresarse y a la vez, porque su aumento en la forma de capital social resulta fundamental para que las sociedades sean más democráticas, igualitarias, pacíficas y desarrolladas.

Hace algunas semanas se viralizó en medios sociales unas imágenes del sistema Metroplus en Medellín. La pandemia obligó a que los torniquetes que impiden que las personas entren al sistema sin haber pagado tuvieran que ser retirados, el experimento natural ha salido muy bien y las personas parecen no necesitar del obstáculo para pagar su tiquete. El resultado no solo se parece a la experiencia de muchos sistemas de transporte en el mundo en el que los tiquetes no son controlados de forma sistemática, pero también, a otro de los experimentos adelantados por «Ciudadanos Como Vos», el Bus de la Confianza, un bus de la ruta circular sur 303 de Medellín que funcionó durante varios días en la ciudad sin que el conductor recibiera el dinero del pasaje. Las personas se subían y depositaban el valor en una caja abierta en la parte trasera y su necesitaban devolverse dinero, podían tomarlo. El bus transportó a unas 1.300 personas y el porcentaje de pago fue del 100%.

Las empresas también pueden entrar al juego de la confianza. Esto va desde lo pequeño, como la empresa «Quiero Fruta Medellín» que viene usando las tiendas de la confianza para sus productos, hasta la empresa de seguros estadounidense Lemonade y su reducción sistemática de tramites y garantías a la hora de los reclamos de sus asegurados. En ambos casos, la confianza se ve recompesnada por la reciprocidad, es decir, la confianza depositada en los usuarios o clientes suele ser honrada por ellos, casi siempre, con beneficios que superan -aunque incluyan- la rentabilidad. Al final de cuentas, confiar siempre será más eficiente que no hacerlo; una organización que confía en las personas con las que se relaciona siempre podrá ver ganancias en esa decisión.

Ahora, independiente de que pedirles a gobiernos y empresas que confíen en la gente parece justo, necesario e incluso, inteligente, parece ser la excepción en una sistema al que le encantan las reglas. Al final, si muchas relaciones de confianza dependen de que alguien (en este caso «el más fuerte») de el primero paso, sabemos muy bien dónde está la pelota.

Sobre las «malas» ideas de cultura ciudadana para el COVID-19

El «covidcasco», en la India.

Hace unos días las camisas desgarradas de Twitter se volvieron a desgarrar por una intervención musical que la aerolínea Avianca realizó en uno de sus vuelos junto a la Filarmónica de Medellín. Los instrumentos escogidos, los vientos, no fueron para nada bien recibidos en la mitad de una pandemia global que se contagia principalmente por medio de la saliva de las personas. La idea hubiera resultado bonita en otro contexto y también da cuenta de la difícil situación en la que se encuentra el sector cultural nacional por culpa de las limitaciones de actividades que siguen delimitando la cotidianeidad del fin del mundo.

Por esos mismos días, un «youtuber» (¿o Influencier? Ya es difícil distinguir estos títulos) del Caribe colombiano publicó un video con cámara escondida en el que le daba cachetadas a un cómplice que usaba incorrectamente el tapabocas en la calle, siempre junto a algún desprevenido con el suyo por debajo de la boca o nariz. El video fue un éxito de viralidad y muchos de los comentarios reconocían, probablemente con cierta ironía, el potencial de la broma para promover el uso del tapabocas en Colombia.

No son las únicas «malas» ideas recientes relacionadas con la activación cultural y la agenda de prevención de la crisis del COVID-19, en esta lista en Twitter se ha ido recogiendo una selección amplia y diversa de acciones (cuando menos, extrañas) para promover los comportamientos de cuidado en la pandemia. Esto no pretende señalar que no hayan muchos asuntos interesantes sobre la utilización de la intervención cultural en esta crisis, como el uso que están dando varias administraciones municipales y distritales colombianas (en particular Bogotá y Medellín) a las normas sociales sobre uso de tapabocas y mantenimiento de distancia física.

Las acciones artísticas también pueden ser fundamentales para evidenciar la magnitud de la tragedia que ha supuesto el COVID-19 y las fallas de los gobiernos a la hora de proteger a sus ciudadanos, como esta instalación de 20.000 sillas por parte de sobrevivientes del virus para «visualizar» una por cada diez personas muertas en Estados Unidos. De ahí que hablar de intervenciones «malas» no sea una crítica a lo llamativo o teatral. Precisamente en Bogotá se ha desplegado «Alas de distancia«, una estrategia en la que grupos de artes escénicas disfrazados de colibríes intervienen espacios críticos para recordar a las personas las distancias seguras en el espacio público.

Así las cosas ¿Cómo podemos distinguir a las «buenas» de las «malas» ideas de intervención cultural en este contexto? Aquí tres criterios, incompletos, para avanzar en esa dirección.

El primer criterio es algo obvio, pero no por eso menos importante: la intervención o acción no debería suponer un riesgo en sí misma (o un uso irresponsable o mentiroso de la información). Un ejemplo para esto son las intervenciones que suponen la aglomeración de personas, sean como espectadores o parte de la intervención. En Indonesia la utilización de «ataúdes para reflexionar» sobre el mal uso del tapabocas supuso la confirmación de masas de curiosos. Lo que hicieron Avianca y FilarMed entraría en esta categoría.

El segundo criterio se refiere al diseño basado en un comportamiento específico. Este criterio puede no implicar la inconveniencia general de una intervención, pero claramente es importante que una vez se despliegue la acción, sea evidente para las personas qué se espera de ellos. Acciones demasiado generales, como muchas de las que han intentado aumentar la percepción de riesgo con el uso del miedo, pueden reconocerse desde esta limitación. La Policía Nacional colombiana, por ejemplo, organizó durante las primeras semanas de cuarentena desfiles funerarios centrados en asustar a las personas para cumplir las medidas del gobierno.

El tercer criterio se refiere a la expectativa puesta en la agencia y las motivaciones de las personas, y la información disponible y recolectada para ese diseño. Digamos que es un criterio sobre la forma en la que se diseñan intervenciones que buscan, al final, modificar un comportamiento que se asume es socialmente inconveniente. Promover el uso correcto del tapabocas, facilitar el cálculo de las distancias de seguridad (mientras de motiva su cumplimiento), aumentar el lavado de manos luego de situaciones de riesgo, no es ni sencillo, ni debería subestimar la importancia de tener un amplio conocimiento sobre las motivaciones, las oportunidades y las capacidades de esos comportamientos y las funciones de intervención que mejores resultados pueden lograr.

De esta manera, ni darle cachetadas a la gente cuando no usa tapabocas, ni tocar trompetas en un avión parecen ser buenas ideas. Tampoco los disfraces por los disfraces, o el miedo por el miedo. Si queremos evitar el camino al infierno es importante reconocer esto: las equivocaciones y los aciertos, los lugares y escenarios en donde parece que se toman decisiones basadas en conocimiento y preocupadas por su efectividad desde el cambio cultural y en dónde no.

¿Por qué hablamos tan poco de los incidentes viales en Colombia?

«Los 270», una activación de visibilización de las víctimas de incidentes viales en Medellín en 2017.

Esta semana, la trágica muerte de José Duerte, un ciclista lanzado fuera de un puente al ser embestido por un conductor en la vía a Sopó. La atención de medios y redes sociales se dirigió hacia los incidentes viales, en particular los que involucran a ciclista y su vulnerable situación en Colombia, con reportajes, videos de nuevas denuncias y declaraciones institucionales sobre programas, acciones y voluntades políticas. Sin embargo, no será sorpresivo que en los próximos días (si es que ya no está ocurriendo) el tema vuelva a caer en la oscuridad del anonimato cotidiano.

Ese es uno de los principales líos para abordar con los recursos y decisiones necesarias el problemas de seguridad vial del país: la naturaleza dispersa y «cotidiana» de los choques, lesiones y muertes. Sus efectos, que no son ni subestimarles, ni pequeños, se normalizan con mucha facilidad. Por eso la insistencia de académicos, organizaciones y académicos que trabajen en la seguridad vial de llamar a los incidentes así, y no «accidentes», intentado resaltar que son prevenibles y bajarle un poco a la percepción de que son «cosas que pasan». En efecto, en tanto la gran mayoría de los incidentes viales ocurren por fallas humanas, por comportamientos, son absolutamente prevenibles y exigen la intervención activa y decidida del Estado.

De acuerdo a la Agencia Nacional de Seguridad Vial, en 2019 murieron 6.634 personas en incidentes viales en Colombia. Este año tiene cifras «atípicas», explicadas por el encierro y reducción de la actividad producto de la pandemia, por eso casi todas las municipalidades y el mismo gobierno nacional señalan reducciones en incidentes, en particular entre marzo y junio de 2020. Pero el año pasado en Medellín murieron 247 personas y 31.629 resultaron heridas, según el Observatorio de la Secretaría de Movilidad. Las características del fenómenos son también bien conocidas; sus protagonistas, bien entendidos. Por ejemplo, la relevancia de los motociclistas, jóvenes y hombres en todo esto. El 21% de los muertos y el 28% de los lesionados en la ciudad son hombre de entre 20 y 29 años que conducían una moto.

Los puntos de mayor riesgo también están muy bien definidos (al menos en las grandes ciudades), usando de nuevo el ejemplo de Medellín, hay muy buena información de que las glorietas son los puntos más álgidos en incidentes. Sabemos también que el exceso de velocidad, la falta de pericia y los problemas de «convivencia» en la vía (como el que ocasionó la muerte de José Duarte) son las principales causas.

Así pues, Colombia tiene una necesidad urgente de adelantar una agenda nacional de seguridad vial y cultura ciudadana para las vías. La mejor manera de honrar a las víctimas de estas fallas del Estado es intentar solventarlas esas fallas; comprometerse a reducir las muertes en las vías del país, echando mano de todo el conocimiento que tenemos. Hay mucho por hacer para mejorar la convivencia de los actores viales en las vías (en particular, para proteger a los más vulnerables). Por el lado de la pedagogía, siempre apreciaré mucho este ejercicio basado en la empatía, el programa de cultura ciudadana de Medellín «En los pedales del ciclista» o campañas de comunicación como «Estrellas negras» que conectaron la percepción de riesgo, la visibilización del fenómenos y el uso de referentes culturales colombianos.

Pero el primer paso (y es un paso fundamental) para que esto pueda ocurrir es que el tema no abandone de la manera cómo recurrentemente lo hace, la atención del público, los medios y los políticos. Las presiones cotidianas a los servidores y autoridades públicas que en cada municipio y departamento gestiona esto es clave (secretarios de movilidad o tránsito, directores de policía o entidades de tránsito): preguntarles qué están haciendo, qué pretenden hacer y cuáles son las metas en términos de reducción de incidentes, muertos y lesionados que se han trazado. La acción política de control también ayuda, en Medellín, el concejal Daniel Carvalho dirige una comisión accidental sobre seguridad vial que permite que periódicamente se haga seguimiento a la gestión de la administración pública.

Evitar las normalizaciones de las tragedias también es responsabilidad de quiénes estamos buscando el siguiente motivo de indignación, la próxima tendencia en redes. Al olvidar o distraernos les fallamos a las víctimas pasadas y futuras de este problema.

Participación en «¿Cómo desvincularnos de las conductas violentas?».

El pasado viernes 2 de octubre tuve la oportunidad, gracias a la invitación de las Secretarías de Cultura Ciudadana y Educación de la Alcaldía de Medellín, de participar del conversatorio «¿Cómo desvincularnos de las conductas violentas?» de la programación de la Semana de la Convivencia de la ciudad. Las ideas giraron entorno a la posibilidad de desarrollar una agenda de no-violencia y construcción de confianza y el papel del capital social en la prevención de la violencia y la promoción de la convivencia. En este video pueden ver el conversatorio completo:

Ingenieros de lo invisible.

Con meditación, oración y yoga, miembros del ESMAD en Medellín están  aprendiendo el manejo de sus emociones | Minuto30.com
Una imagen de la sesión de Yoga con agentes del ESMAD.

La semana pasada, mientras el país intentaba encontrarle sentido a los abusos policiales que produjeron al menos doce muertos y más de un centenar de heridos durante las protestas nacionales por la muerte del abogado Javier Ordóñez, precisamente, durante un procedimiento de la Policía, la Alcaldía de Medellín presentaba con algo de orgullo un proceso de meditación y regulación de emociones adelantado unos días atrás con miembros del ESMAD (Cuerpo Anti-disturbios).

La publicación fue recibida -cuando menos- con «escepticismo» en las redes sociales. Ahora, más allá de la impertinencia (porque era un mal momento para estar sacando pecho por acciones de gobierno), la dureza de las respuestas de las personas se podrían explicar en dos posiciones principalmente: La primera duda de la efectividad de este tipo de intervenciones y procesos, la segunda lo asocia a “la cultura ciudadana de Mockus”, sugiriendo de manera injusta que era algo que aunque llamativo, sería inútil.

Al respecto, vale la pena señalar que la utilización de aproximaciones poco ortodoxas para tratar asuntos de reforma policial no son tan extraños como parecen, desde el replanteo del trabajo en gestión humana de la fuerza, la utilización de economía del comportamiento en su reclutamiento, usar ejercicios de Mindfulness para mejorar niveles de estrés y hacer uso del arte y la cultura como nuevo lenguaje para la relación con los ciudadanos. Pero (y este es un gran pero), el lío aquí parece ser la vinculación demasiado segura a que una única intervención de este tipo es capaz de resolver los problemas estructurales que enfrenta la Policía.

También es un error común que toda intervención o acción pública que haga uso de simbolismos, educación no formal, arte o en general, algún instrumento inesperado entre las grises y bien conocidas alternativas de intervención del Estado, es una acción de “cultura ciudadana” (Para esto, vale la pena leer el capítulo de Henry Murraín en el libro «Antípodas de la violencia» del BID). En este caso no solo no lo es porque no parece enmarcarse en el objetivo de alinear sistemas regulares, sino porque además sus promotores no lo ven de esta forma.

Así las cosas, lo del ESMAD en Medellín parece ser inconveniente por lo insuficiente, lo anecdótico, lo impertinente, no tanto porque no haga parte de las alternativas posibles, ni porque sea supuestamente «de cultura ciudadana». Resulta fundamental que reconozcamos no solo la posibilidad de efectividad en estas acciones, sino y sobre todo, de sus limitaciones cuando no están cumpliendo el papel de acompañar ajustes estructurales.

Y es que al final ese es el problema central: Asumir que una acción pedagógica, simbólica o de intensificación en la comunicación de un día es capaz de superar problemas fundamentales del orden social. Porque, pensar que estos ejercicios, por valiosos que puedan ser cuando se hacen bien, son resolverán los profundos problemas asociados a los incentivos, la cultura organizacional y la historia de la Policía Nacional es absolutamente inocente.

Esto no es, ni mucho menos, un reniegue sobre la importancia de la acción cultural para acompañar un proceso tan relevante como la reforma policial en Colombia. Más bien, supone señalar los límites del enfoque cuando no se acompaña de otras acciones y los excesos (por defecto) de asociar cualquier cosa que nos parezca heterodoxa desde el gobierno como una acción de cultura ciudadana.

Conversatorio «‘¿Crisis institucional en Medellín?».

El pasado 20 de agosto participé en la conversación convocada por el concejal de Medellín Daniel Carvalho para intercambiar impresiones con Laura Gallego y Jorge Melguizo sobre las implicaciones y las características de la situación institucional por la que pasa en este momento la ciudad. La intervención fue en muchos sentidos la ampliación de las ideas expresadas en este texto. Aquí pueden ver la conversación:

Capítulo «Reglas, mesas y confianza: fortaleciendo la apuesta institucional de cultura ciudadana en Medellín».

Una escena cotidiana en la comuna 13- San Javier en Medellín.

Durante el periodo 2016-2019 el Laboratorio de Cultura Ciudadana de Medellín adelantó investigaciones aplicadas y revisiones sistemáticas de experiencias e intervenciones en programas y acciones de cambio cultural en la ciudad. Su misión era, principalmente, acompañar las reflexiones y aproximaciones académicas de la Secretaría de Cultura Ciudadana y su subsecretaría de Ciudadanía Cultural respecto a herramientas fundamentales para abordar problemas públicos de corte comportamental. El Laboratorio, producto de una alianza entre la Alcaldía Municipal y la Universidad EAFIT produjo en el curso de su trabajo varios textos que recogían sus hallazgos y le proponían a la ciudad agendas relativas a sus preocupaciones.

En 2017 publicó el libro «Imaginarios comunes, sueños colectivos y acciones ciudadanas: Pensando Medellín en clave de cultura ciudadana, derecho a la ciudad e innovación pública», segundo resultado de la agenda de investigación del Laboratorio, que reunía diferentes reflexiones académicas e institucionales sobre el abordaje del cambio cultural desde las intervenciones del gobierno municipal y sus conexiones con las agendas de transformación social de los territorios de Medellín desde organizaciones y grupos sociales y culturales.

En el capítulo «Reglas, mesas y confianza: fortaleciendo la apuesta institucional de cultura ciudadana en Medellín» reseño las generalidades del libro (a modo de introducción) y reviso algunos retos y oportunidades de la gestión de la cultura ciudadana en Medellín; reflexiones que vendrían muy bien durante los dos siguientes años en el proceso de formulación de la política pública de Cultura Ciudadana de Medellín.

Aquí pueden leer el capítulo: