Comunicación, comportamiento y cultura ciudadana.

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Lo que vemos, leemos y escuchamos influye en nuestro comportamiento. Esta afirmación puede resultar bastante obvia para muchos, pero en ocasiones parece que olvidamos o decidimos ignorar estas verdades intuitivas que todos compartimos. Ahora, más allá de que pensemos que esto es cierto, hay muy buena evidencia sobre el efecto directo y potente que puede tener la manera como se nos presenta información en los momentos en los que tomamos decisiones, desde las más cotidianas e irrelevantes, como la marca de jabón de ropa que compramos, hasta las más relevantes y complejas, como por quién votamos en una elección presidencial.

Hay tres fenómenos conductuales que explican buena parte de la relación entre comunicación y comportamiento y que pueden dar buenas pistas sobre agendas de cultura ciudadana por estos tiempos en que los cambios sociales y conductuales se han vuelto tan relevantes en la agenda pública.

El primero es denominado por la sicología conductual como “primado” (priming). Supone la influencia que poner una idea en la cabeza de las personas antes de que tomen una decisión puede tener sobre ésta. El Informe de Desarrollo de 2005 “Mente, Sociedad y Conducta” del Banco Mundial reproduce un ejemplo de un experimento adelantado en la India en el que recordarle la casta a la que pertenecía a un grupo de estudiantes llevaba a que los estudiantes de castas más altas tuvieran mejores desempeños en pruebas de matemáticas y los de menos castas, peores desempeños, respecto a un grupo de control que solo debía realizar la prueba.

El segundo es la influencia social. El sicólogo Solomon Asch realizó muchos experimentos sobre este fenómeno y hay muchas aproximaciones de sicología social para entender la manera como nuestros comportamientos afectan los de las demás personas. En esencia, la evidencia nos señala que nuestro comportamiento se encuentra inconscientemente delimitado por nuestra percepción, conocimiento y experiencia con el comportamiento de los otros. Si creemos o vemos que muchos hacen algo (y que ese algo parece “lo normal”), es más probable que ese sea nuestro propio comportamiento.

El tercero son las normas sociales. Cristina Bicchieri señala que las normas sociales explican los comportamientos en los que las personas creemos que son generalizados y que serán regulados por nuestros pares si no los seguimos. Mejor dicho, los comportamientos delimitados por normas sociales son los que tenemos porque creemos que mucha gente los tiene y pensamos que, si no los tenemos, habrá alguna consecuencia social sobre ese incumplimiento. Las normas sociales se suelen construir y reforzar por lo que pensamos de los demás, pues pocas veces es posible tener información exacta sobre el comportamiento en la vida real.

Ahora, entendiendo los mecanismos por medio de los cuales se concreta esa relación entre la forma e información que recibimos y nuestro comportamiento, vale la pena estar atento de los momentos en que la comunicación, buscando que las personas tengan un comportamiento A o no tengan un comportamiento B, terminan incentivando ese mismo comportamiento B. La crisis del COVID-19 nos ha presentado con varios ejemplos en que gobiernos y medios de comunicación han cometido este error de enmarque en sus comunicaciones. Un reciente ejemplo es esta nota del periódico El Colombiano de Medellín, “37 desacatos por hora a encierro en el Valle de Aburrá”.

Aunque la labor principal de los medios no es la resolución de problemas colectivos, es probable que los mismos autores y editores del texto pretendan que su título y artículo funcionen como disuasión para los incumplidores; la indignación y denuncia como fuente de posible modificación de conducta es bastante popular. Sin embargo, es más probable que las noticias de lo que, parece ser, es un incumplimiento generalizado de las medidas de cuarentena tengan el efecto contrario, en tanto pueden “primar” sobre el comportamiento señalado y afectar la percepción de cumplimiento de los otros.

Lo más frustrante de casos como este es que la información disponible y la realidad del problema la mayoría de las veces permiten una construcción titular y enmarque de la noticia diferentes. Ese “37 desacatos por hora” del titular es la división del tiempo de cuarentena por las 28.000 multas que se han puesto en el Valle de Aburrá. Ambos datos vistos sin contexto parecen muy altos, pero ¿qué representa eso en toda la población de los diez municipios de esta zona? Uno también podría titular esto diciendo que solo al 0,76% de la población del Valle de Aburrá le han puesto un comparendo, o que al 99,2% no le han puesto comparendos durante la cuarentena.

Este cambio de marco en la noticia no solo puede tener efectos más positivos sobre los comportamientos que, todos asumimos, son socialmente convenientes en este momento, sino que resultan incluso más justos con lo que a todas luces ha sido un cumplimiento generalmente juicioso de las medidas de cuarentena en las ciudades del Valle de Aburrá. Tener presente la posible influencia en los comportamientos de la manera como contamos las cosas, sean gobierno, medios de comunicación o incluso, personas de a pie, puede ayudar muchísimo a alcanzar objetivos comunes.

La clave es no subestimar la influencia de una nota, un título o una redacción y, en tanto haya oportunidades para mejorar el desempeño de las personas en situaciones a todas luces complejas, no dejarlas pasar por la tentación de un titular llamativo o una indignación pasajera.

Un pequeño empujón a la solidaridad

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La Cruz Roja colombiana siempre será una buena alternativa para donar. Aquí encuentran más información.

Las últimas semanas nos han puesto de manifiesto algo que no debemos olvidar: nuestra disposición, la de todos, a ayudar a los demás, a ayudarnos unos a otros, a ayudarnos para superar lo que, a todas luces, y a cada momento que pasa, se está convirtiendo en una situación desesperada. En Medellín esa disposición pudo recoger unos catorce mil millones de pesos y en Bogotá más de cincuenta mil en sendos teletones de días pasados. Estas expresiones más grandilocuentes de la solidaridad solo se suman a formas más pequeñas y cotidianas del altruismo. Creo que la verdadera gran prueba de que estamos predispuestos para preocuparnos por otros son los cientos de iniciativas sociales, muy organizadas o absolutamente espontaneas, que han empezado a recoger donaciones en dinero, suministros y comida para ayudar a todos los que pasan por momentos difíciles por culpa de la cuarentena del COVID-19.

Ahora bien, la solidaridad es una disposición prosocial, es decir, que tiene efectos positivos sobre los grupos sociales, y puede ocurrir, sobre todo respecto a donaciones como de las que estamos hablando, de forma impulsiva o deliberada. En la primera, ocurre cuando vemos o conocemos de algo que nos estimula de manera emocional a realizar la donación. En la segunda, calculamos, revisamos opciones y tomamos una decisión que creemos informada sobre cómo, a quién y cuánto donar. Ambas son prosociales.

Estas iniciativas particulares y grupales, nacidas de esta crisis, para ayudar a otros han sido respondidas con probablemente las expresiones de solidaridad más grandes de las que tengamos memoria. Millones de personas han donado lo que tienen, les sobra o les falta, para que otros tengan, al menos, comida sobre sus mesas. Pero por grande que sea esa solidaridad, siempre hará falta y no solo eso, los aprendizajes de cómo canalizar ese sentimiento moral pueden ser muy relevantes para las agendas de altruismo para después de la pandemia.

Así las cosas ¿cómo aumentamos las donaciones?

La economía del comportamiento tiene algunas pistas. En efecto, hay bastante evidencia sobre cómo ciertos ajustes en la manera en que se presenta la información y en particular, se permite que la gente done, puede activar positivamente el impulso de hacerlo, sobre todo, cuando hablamos de la solidaridad impulsiva.

Lo primero parece obvio, pero no por eso es menos relevante: hay que facilitar la manera como la gente puede donar a una causa. Ahora, si hacen parte de una iniciativa comunitaria o particular, esa facilidad debe mantener algunos visos de formalidad, porque de lo contrario puede producir desconfianza. Ese equilibrio entre sencillez y estructura es clave para que la gente evite recurrir a excusas de dificultad para dejar de lado su motivación para donar.

Lo segundo tiene que ver con la retroalimentación inmediata de la acción. Las acciones altruistas otorgan recompensas internas y externas a las personas. Las primeras los hacen sentir bien consigo mismo porque su acción activa su conciencia moral, las segundas, porque les permiten sentir o recibir reconocimiento de parte de sus pares. Ambos incentivos son poderosísimos; a todos nos gusta sentir que somos buenas personas y saber que los demás creen que lo somos. Esto se puede hacer fácilmente con agradecimientos, fotos o videos personalizados. Lo importante es que esa recompensa simbólica llegue tan rápido y sea tan clara como sea posible para el donante.

Una tercera opción es apelar a las normas sociales. Las personas nos comportamos en muchos escenarios de acuerdo con como creemos que los demás lo están haciendo y esperan que nosotros lo hagamos. Sobre todo, aquellos que consideramos “los nuestros”, nuestros pares, ya sean amigos, compañeros de estudio o trabajo, o conciudadanos. Aquí la clave es la posibilidad de compararnos con los demás, esto puede funcionar respecto a información sobre las donaciones totales recibidas (algo que es bastante común en estas iniciativas), pero funcionaría mejor si fuera posible determinar y señalar quiénes o de dónde han donado. Al usar normas sociales, la clave es la identificación de la persona con los otros, que pueda ver que “otros como él” lo han hecho. Pedir a quienes donan a una iniciativa que recomienden su organización o iniciativa solidaria puede ayudar a señalar la norma social y generar confianza sobre la donación al mismo tiempo.

Finalmente, hay que hacerlo personal, anecdótico y relacionable. Varios estudios han encontrado que las donaciones aumentan cuando las personas pueden conocer relatos reales e individuales de quienes recibirían la donación. Esto es complejo porque supone mucho tacto para evitar explotar las dificultades de las personas o usar el pesar más asociado a la caridad que a la solidaridad.  Por eso es solo recomendable si, primero, hay muy buena voluntad y cuidado sobre el daño en quienes participarían, y segundo, si lo que sale es producido de manera evite estos problemas de fondo.

Ninguna de estas ideas desconoce, sin embargo, que la solidaridad sea un atributo natural de los seres humanos. Es más, si no fuera sencillo activarlo, pocas de ellas funcionarían. Pero las personas podemos sufrir de fallos de contexto o sesgos propios que nos dificultan seguir la intención inicial de ayudar a los demás. Estos pequeños empujones pueden mejorar nuestra disposición al altruismo y en el camino, servir de gran apoyo a quienes adelantan estas iniciativas y a quienes, al final, reciben por medio de las donaciones la manera se seguir sobrellevando esta tragedia colectiva de los últimos meses.

Una mesa en un andén.

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Los días pasan. Todos los contamos con partes iguales de angustia y expectativa, esperamos en la tarde los reportes del Ministerio de Salud para conocer el nuevo número de contagios, muertes y recuperaciones. Y hacemos cuentas en la cabeza, calculamos, en ocasiones con más esperanza que sensatez, si vamos bien o mal, si el ritmo al que avanza el virus es mayor o menor al que esperábamos. Si ese nuevo reporte, si ese nuevo día, es motivo de un poco más de miedo o un poco más de tranquilidad.

Los días pasan.

También revisamos noticias de otros lugares, paneamos las redes con dedos entumidos, leemos un nuevo artículo o columna que intenta dar nuevas luces, aunque ya muchos se parecen a anteriores (Igual a este, seguramente). Expertos que se contradicen, políticos que juegan a la demagogia, al estadista o al contagiado, analistas de todo que se graduaron de epidemiólogos en cuestión de días. Pero también, detrás de todo este ruido, una mesa, un letrero y algunas bolsas de lentejas, arroz y frijoles.

La foto delata, con su andén empinado y su ventaja enrejada, algún pueblo de Antioquia. Es Frontino, nos enteramos si leemos la nota o el tuit que acompaña la foto, y conocemos a Jader Aldana, un vecino del municipio que vio en redes una idea similar y la quiso replicar en su pueblo. El letrero, en letra azul, dice: “Yo cuento contigo. Tú cuentas conmigo. Si necesitas toma. Si te sobra dona”. Una rima sencilla para un objetivo bonito. A los días, Jader tiene que añadir otra mesa a su iniciativa de solidaridad para disponer de las donaciones que llegan más rápido de lo que se van y también por redes y notas de prensa nos enteramos de que el experimento se riega por el país, que en Bogotá, en Medellín, en Cali, hay nuevas mesas con la misma invitación a pensar en los demás.

Que la mesa en un andén de Frontino se ha convertido en un mecanismo para ayudar a los que pasan por momentos difíciles, pero también, para permitir que expresemos nuestra preocupación por los otros, que nos sintamos corresponsables de su bienestar, parafraseando la definición que Cayetano Betancur daba de la solidaridad. La iniciativa de Jader y sus réplicas son solo una de las expresiones parecidas que hemos visto por estos días, son cientos las invitaciones a donar suministros y dinero, miles los voluntarios que continúan entregando y movilizándose para espantar el hambre en estómagos que tan bien la conocen, muchísimas las organizaciones, empresas e instituciones que han asumido la corresponsabilidad por el otro de la que hablaba Betancur.

Porque la solidaridad espontánea, tan común, es una contribución para disminuir las angustias por las que muchos pasan por estos días, pero también, un recuerdo insistente, una realidad cotidiana de esas que se olvidan, un pensamiento alentador en tiempos aciagos. Uno necesario y fundamental para no olvidar que detrás del miedo, de la incertidumbre, detrás de la melancolía persistente de los días que se superponen, de los días que pasan, podemos contar con lo mejor de las personas. La solidaridad no es un milagro, porque en el estado de las cosas, por emocionante que nos parezca, no deja de ser común.

Y todo lo maravilloso es cotidiano.