¿Un mundo sin fin? Lo que nos espera luego de la pandemia.

Pabellón de atención durante la pandemia de influenza de 1918.

En una reciente encuesta entre 28 países, la firma Ipsos preguntó sobre las expectativas y esperanzas de las personas sobre lo que viene después del COVID-19. El 86% de todos los participantes señalaron que querían que el mundo cambiara y fuera más sostenible y equitativo luego de la pandemia. Colombia es el país de los encuestados con la mayor cantidad de respuestas sobre esta expectativa de cambio: el 94% de los colombianos encuestados estuvieron muy o algo de acuerdo. Pero esa esperanza supera los asuntos públicos, también cuestionados por si quieren que sus vidas personales, el 88% de los colombianos estuvieron de acuerdo, mientras el promedio global fue del 72%.

A las expectativas de cambio señaladas por Ipsos, se podrían sumar las perspectivas pesimistas que ha encontrado el estudio en varias ciudades del país de la Red de Ciudades Como Vamos, en el que el 40% de los encuestados considera que el país «va por mal camino», frente a un 30% que considera lo contrario. La combinación de expectativas de cambio (bastante altas además) con insatisfacción y crisis económica pueden ser una receta difícil de manejar para el país en los próximos años ¿estamos haciendo suficiente (o algo) para suplir esa necesidad de cambio que expresan los compatriotas? ¿la pandemia será oportunidad de cambios socialmente convenientes o riesgo de desajustes e inestabilidad?

Sobre esto, dos formas de ver el futuro cercano; esperanza y preocupación en el post-covid.

Razones para la esperanza:

  1. La reivindicación de la ciencia para la toma de decisiones (con matices): en los últimos meses el mundo ha sido testigo de la importancia para su bienestar y supervivencia de la ciencia. Sobre sus hombros nos sostenemos para combatir la pandemia, su contagio, atención médica e incluso, prevención comportamental. Algunos datos señalan la «popularidad» y la confianza que despiertan los científicos en casi todas las sociedades, pero es importante reconocer lo que la «política basa en evidencia» puede sacar de esta coyuntura.
  2. El redescubrimiento de la fuerza de la acción colectiva: la pandemia pasará, con sus tragedias, pero pasará. Los días después nos enfrentarán a viejos problemas, ojalá, vistos desde la luz de la experiencia colectiva que acabamos de vivir. El cambio climático es (por ahora) el argumento principal del siglo XXI; el asunto que definirá nuestro futuro y para que el que ojalá encontremos mejores maneras de abordar. La pandemia puede cumplir un rol de simulacro sobre lo que es necesario hacer para enfrentar el cambio climático, así como sobrevivir a un infarto puede llevar a un paciente a desarrollar mejore hábitos alimenticios y de salud. Algunas pistas resultan esperanzadoras, como el acuerdo en muchos países de que, incluso en medio de la pandemia, el problema global más apremiante es el cambio climático.

Razones para la preocupación:

  1. Crisis económica, política y el riesgo populista: incluso el optimismo señala que las consecuencias de la crisis de la pandemia nos acompañarán varios años. Desempleo, deficiencias en la atención estatal y dificultades para promover el crecimiento de una economía trastocada por la incapacidad por funcionar como siempre. Ante esto, la necesidad, apenas entendible, de cambio y atención, de certeza y esperanza, pueden servir como ruta de navegación de los proyectos políticos de la década del 20′. Renovaciones del contrato social, de las ventajas que el capitalismo moderado y la democracia liberal moderna pueden tener oportunidades, pero también los populismo de ambos extremos, las respuestas rápidas, sencillas y populares en tiempos de incertidumbre.
  2. El pesimismo como condena: los datos de la Red de Ciudades Como vamos introducen una variable esperada pero no por eso menos preocupante: el pesimismo. Las personas reconocen no sentir que las cosas van bien e incluso, mantienen un escepticismo sobre sus perspectivas de mejorar. En la mitad de la crisis (y digo mitad con optimismo) es difícil lograr que veamos lo que nos espera y que este año lleno de sorpresas no mantenga en guardia por la siguiente tragedia, pero eso no reduce la relevancia de que muchas personas no tengan esperanzas sobre lo que está por venir. El pesimismo es complejo porque actúa como condena adelantada, profecía autocumplida y también, porque suma a los riesgos de manipulación que señalo más arriba.

Todos estos ejercicios son naturalmente especulativos. Pero la piezas de una situación compleja en el futuro están ubicadas y podemos verlas. La necesidad de atención, el pesimismo, la desconfianza y la esperanza (casi urgencia) de cambio son una mezcla sumamente riesgosa. Encontrar respuestas moderadas a las apremiantes angustias sociales y económicas no resulta nada sencillo, aunque absolutamente necesario para que una crisis de dos años no se vuelva una crisis de dos décadas.

Problemas públicos y cuarentena.

Expertos advierten que el empleo en Colombia tardará años en ...
La tasa de desempleo en Colombia, según el DANE, superó el 20% durante la Pandemia.

Llevamos meses en estas. La vida encerrada por semanas y luego, por goteos indecisos o imprudentes (parece que no hay mucho punto medio) recuperamos algo de la calle. Negocios vuelven a abrir, empresas retoman labores, las personas usan tiempos acordados para trotar, hacer diligencias o tomar algo de aire. Y aunque en el horizonte cercano parece acercarse un aumento de casos (el tan esperado y temido “pico”), es improbable que una cuarentena a nivel nacional como la del primer semestre vuelva a decretarse.

Algunas personas han descrito una característica especial en el COVID-19, una especie de valoración sobre su capacidad de “desnudar” problemas sociales que por alguna razón eran desatendidos o abordados parcialmente. El caso de las deficiencias en los sistemas de salud y prevención epidemiológica del mundo es el más claro, pero hay muchos otros, en particular las dinámicas de pobreza, desigualdad y exclusión a servicios sociales básicos de grandes porciones de la población.

Al forzar nuestros sistemas políticos y sociales al extremo, la pandemia ha puesto en evidencia las brechas, pero también ha agravado o cambiado las dinámicas de algunos problemas públicos que hacen parte de las agendas tradicionales de discusión de política pública. En Colombia, el encierro de los primeros meses dio un respiro al viejo compañero de camino que es la violencia y la inseguridad. Solo en Antioquia, el homicidio tuvo una reducción de casi del veinte por ciento en marzo y abril respecto a los casos del año pasado. Tendencias similares se vieron en delitos como el hurto, la extorsión y las lesiones personales.

Pero no toda la violencia se redujo. La violencia intrafamiliar y de género aumentó (medida en este caso por el número de denuncias, que supone algo de subregistro) y que señaló lo complejo y trágico de un fenómeno en el que aparentemente el aumento en la frecuencia de las relaciones familiares aumenta su incidencia.

Otros problemas públicos en los que la calle y la actividad es fundamental vieron sus cifras negativas reducidas por la cuarentena. Los incidentes viales y sus heridos y muertos se redujeron también; similar a las reducciones en contaminación del aire (explicada en su mayoría por el parque automotor) que vivieron las principales ciudades del país. Pero, de nuevo, otros asuntos como la salud mental y en particular el suicidio se agravaron. En Medellín, durante la cuarentena (hasta finales de mayo) se presentó un aumento del veintiséis por ciento en casos de suicidio.

Y ahora que retornamos poco a poco a una especie de normalidad, también los problemas que parecían haber dado un respiro durante la cuarentena se están desquitando. De nuevo, los delitos aumentan, como si los hurtos y homicidios hubieran quedado pendientes. A los agravados asuntos económicos y sociales del paso de la pandemia hay que sumar los “viejos” problemas de siempre y el hecho de que tanto el Gobierno Nacional como los gobiernos locales han tenido que destinar porciones inesperadas de su presupuesto a atender la emergencia y que los planes de desarrollo locales quedaron en buena medida definidos por las perspectivas de la pandemia.

Ahora bien, como muy razonablemente señala Jorge Giraldo en su más reciente columna en El Colombiano, los problemas que enfrentamos superan los indicadores objetivos (tasa de desempleo, niveles de victimización, reducciones en ingresos y aumentos en precios), sino que suelen estar sazonados, y en ocasiones explicados, por elementos en indicadores subjetivos. La confianza en las instituciones, la percepción de seguridad o la percepción de corrupción son algunos de los más conocidos.

En estos elementos subjetivos la pandemia también ha tenido algo que decir. Según la última encuesta de Invamer-Gallup para Colombia, la corrupción superó al empleo y a la salud como el problema más apremiante en la cabeza de los colombianos, mientras la ya resentida confianza en instituciones públicas tuvo bajones históricos, como el descalabro de una de las instituciones que más confianza había generado en el país, el Ejército Nacional, por los casos de violencia sexual de las últimas semanas.

Frente a problemas viejos y nuevos, agravados en su mayoría, los demás “desquitándose”, arcas vacías e instituciones desconfiables, el panorama, en cualquier caso, es poco alentador.

Desafíos de la reapertura

Señalización para el distanciamiento físico en el Sistema Metro.

Lo más difícil puede estar por venir. O al menos, eso parece. La reapertura de la economía y la vida social de los últimos días en Colombia (juntos a buena parte del mundo) luego de tres meses de cuarentena, aunque paulatina y esperable, no deja de suponer un reto enorme para el país. En otros lugares donde la reapertura lleva días o semanas, los contagios se han disparado. Que esto no sea sorpresivo no lo hace menos preocupante y, sobre todo, no debería subestimarse respecto a nuestras posibilidades de reducir y controlar la situación.

Gestionar una cuarentena total puede ser difícil y angustiante para los gobiernos nacional y locales, pero hacerlo con una invitación parcial al cumplimiento de nuevas normas, junto al desgaste y la fatiga que las semanas de encierro han implicado en los bolsillos y los corazones de las personas, presenta infinidad de problemas. Ahora, esto no solo tiene implicaciones para las autoridades; miles de empresas, entidades y organizaciones, desde la multinacional más grande, hasta la tienda de esquina más humilde, enfrentará el eventual retorno a la normalidad y dependeremos de cómo todos nos adaptemos a estas nuevas expectativas para que la reapertura sea tan manejable como la cuarentena.

Hay algunas pistas interesantes y probadas en otros contextos o abordando retos similares de comportamiento. Ideas y aprendizajes que las ciencias del comportamiento (la sicología conductual, la economía del comportamiento, la epidemiología conductual) pueden ofrecer para que las personas y organizaciones tomemos mejores decisiones a la hora de cuidarnos y prevenir el contagio por COVID-19.

En general, encargados de comunicación pública, institucional, salud pública o corporativa, entre todas las personas que por estos días lideran este esfuerzo de prevención, deberían tener en cuenta cuatro reglas generales del diseño de sus sistemas de prevención. Las acciones que adelanten deben ser sencillas, sociables, repetitivas y transparentes.

Sencillas porque es importante que los comportamientos deseados sean tan sencillos de realizar como sea posible. Esa facilidad debe ser física y cognitiva; mejor dicho, deben ser posibles de realiza y posibles de comprender. Esto supone no solo la señalización de lugares y momentos en donde ocurren estos comportamientos, también, encontrar lenguajes instructivos, visuales y ejemplificantes. La señalización debe ser visible para quién debe tener el comportamiento deseado, pero también para todos los demás, aprovechando un poco la expectativa colectiva del comportamiento.

Efectivamente, las intervenciones deben ser sociales en tanto las personas copiamos los comportamientos de los otros. La importancia de las normas sociales y la influencia social es fundamental en este caso. Eso también lleva a que se expliquen los beneficios sociales del comportamiento, como cuidar a otros, a nuestras familias, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo o estudio. Esto supone recoger información sobre el seguimiento de los comportamientos deseados de las personas de su entorno y usarla para comunicar los logros colectivos, ya sea el cumplimiento mayoritario o el incremento de este (“9 de cada 10 personas se lavan las manos cada dos horas”, “cada vez más personas usan la flexibilidad del teletrabajo para respetar el distanciamiento físico”).

La repetición de los mensajes ayuda también a reforzar esas normas sociales y sobre todo, puede ayudar a evitar confusiones. No podemos dar por sentado que todas las instrucciones o medidas son claras para todos y menos, subestimar el poder de los pequeños recordatorios. Esto supone establecer mecanismos de recordatorios insistes se esos comportamientos deseados, aunque hay que evitar el exceso, en este caso es mejor pecar por él que por defecto. Resulta conveniente en este caso pensar también muy bien lo lugares y momento en los que esos mensajes llegan, un mensaje de texto que recuerda sobre la conveniencia del distanciamiento físico puede ser más pertinente un viernes en la tarde, que un miércoles en la mañana.

Finalmente, todo lo anterior no sirve de mucho si las personas no confían en el enunciador y tienen dudas sobre la veracidad de la información. Las acciones y la información de la organización sobre el manejo de la pandemia y las medidas tomadas deben ser tan transparentes como sea posible y conveniente. En esto es clave señalar que no solo el Estado tiene esta responsabilidad de contar lo que hace y las organizaciones privadas también pueden ver beneficios en contarle a sus empleados y colaboradores lo que están haciendo. Es probable que las personas se sienten mucho más inclinadas a seguir las instrucciones de una institución en quién confían que una para la que tienen reservas.

Ahora bien, entiendo que todo lo anterior son generalidades y que en ocasiones el paso que termina faltando en este tipo de escenarios es el momento en que podemos definir acciones específicas.  Al respecto, el Centro de Análisis Político y la Maestría en estudios del comportamiento de la Universidad EAFIT está poniendo a sus profesores e investigadores al servicio de quién los necesite, en la convocatoria de su primer Consultorio Abierto. Si su organización (grande o pequeña, pública o privada) tiene necesidad de diseñar y poner en práctica acciones que promuevan el cuidado propio y mutuo en esta coyuntura, pueden aplicar en este enlace y acercarse a la posibilidad de tener una sesión de asesoría.

Entre todos tenemos que pensar en las mejores maneras de abordar estos desafíos; encontrar y unir todo el conocimiento a disposición para que la reapertura no nos supere y evitemos tener que regresar al encierro.

Normas, excesos y los límites del cumplimiento.

Habrá puestos de control con Policía y Ejército para cumplimiento ...
El transporte público, escenario especial del control de la pandemia.

Las últimas semanas han sido no solo los tiempos de la pandemia, sino, la de las normatividades de emergencia. A las disposiciones del Gobierno Nacional se suman, según municipios y departamento, las de Alcaldías y Gobernaciones; cuarentenas, toques de queda, distancias, excepciones y formas de uso de tapabocas diferenciadas por ideas, evidencias y en ocasiones, caprichos de los gobernantes.

No es decir que buena parte de las limitaciones que tenemos actualmente en Colombia no sean necesarias, lo son. Lo que sabemos del virus sigue manteniendo que la distancia entre personas es la mejor manera de, al menos, ralentizar el ritmo de contagio y hacer más manejable y menos mortal la pandemia. Pero también hay que reconocer que el COVID-19 pone de manifiesto problemas subyacentes en los sistemas políticos y económicas de los países y que en el nuestro ha dado algo de combustible al viejo vicio de confiar demasiado en las normas (sobre todo las duras y las complicadas) para resolver todos los problemas. La panacea leguleya.

Mauricio García Villegas, que ha estudiado el cumplimiento de las normas en libros como “Normas de papel” o “El Orden de la Libertad”, ha señalado siempre, con mucha sensatez, dos de los problemas más comunes del legalismo colombiano. El primero se refiere a las limitaciones que tiene un Estado con diferenciados niveles de control y presencia en su territorio para hacer cumplir las normas. El segundo, los problemas de legitimidad que son comunes a estas disposiciones y a las autoridades que las tiene que hacer cumplir, sobre todo, cuando las normas son implementadas de forma diferenciada y en ocasiones, con excesos de fuerza innecesarios.

Estos dos problemas colombianos (aunque en general, latinoamericanos) son importantes porque el cumplimiento de las normas se puede asociar a tres elementos principalmente: la legitimidad que reconozcamos en la norma y quién la dicta, el cálculo de conveniencia sobre cumplir, incumplir y sus consecuencias sobre nosotros, y el hecho de que la norma esté alineada con una expectativa colectiva o individual de comportamiento, esto es, una norma social, una costumbre o una regla moral.

En muchas ocasiones, los excesos normativos llevan a incentivar el incumplimiento de esas mismas normas. Las autoridades deben ser razonables al establecer reglas de juego, evitar al máximo el legalismo, en tanto dureza de las normas y dificultades y trabas para acceder a sus beneficios. La incapacidad de aguantarse la necesidad de parecer duros, técnicos y tecnológicos lleva en ocasiones a decretar disposiciones que hagan que las personas se vean casi obligadas a incumplir.

Ahora, esto también es un problema. El goteo incesante de pequeños incumplimientos, personas trotando a la hora que no se permite; una conversación entre vecinos en la puerta de la casa, en la acera luego, en medio de la calle al final; una mercada de pico y cédula que alarga bastante su recorrido, que incluye una visita familiar o a un amigo. Poco a poco desgastan las normas y disposiciones de la cuarentena, son las filtraciones de la presa a punto de reventarse. La labor del Estado no es solo la de forzar el cumplimiento de estas normas, también la de decidir con razonabilidad y sensatez hasta donde dobla el brazo, hasta donde aguantan las limitaciones de su aparato y las necesidades y percepciones de las personas.

Porque las normas necesitan también estar acompañas de amenazas creíbles. Otro problema de prohibir o regular un imposible es que su misma pretensión socava sus perspectivas de efectividad. Pero también porque entender a la regulación como principal instrumento de intervención de la realidad, nos condena a ver la coerción y su amenaza como escape facilista a los retos de movilizar a los ciudadanos, deja de lado todo el repertorio que tiene el Estado (y los líderes políticos y sociales) de invitar a los ciudadanos desde compromisos de corresponsabilidad, las peticiones razonables de autocuidado y los programas inteligentes de cultura ciudadana.

Las normas por sí solas (y en particular si son intransigentes y complicadas), nos han demostrados doscientos años de amplias legislaciones y poco cumplimiento en Colombia, nunca serán suficientes.

Comunicación, comportamiento y cultura ciudadana.

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Lo que vemos, leemos y escuchamos influye en nuestro comportamiento. Esta afirmación puede resultar bastante obvia para muchos, pero en ocasiones parece que olvidamos o decidimos ignorar estas verdades intuitivas que todos compartimos. Ahora, más allá de que pensemos que esto es cierto, hay muy buena evidencia sobre el efecto directo y potente que puede tener la manera como se nos presenta información en los momentos en los que tomamos decisiones, desde las más cotidianas e irrelevantes, como la marca de jabón de ropa que compramos, hasta las más relevantes y complejas, como por quién votamos en una elección presidencial.

Hay tres fenómenos conductuales que explican buena parte de la relación entre comunicación y comportamiento y que pueden dar buenas pistas sobre agendas de cultura ciudadana por estos tiempos en que los cambios sociales y conductuales se han vuelto tan relevantes en la agenda pública.

El primero es denominado por la sicología conductual como “primado” (priming). Supone la influencia que poner una idea en la cabeza de las personas antes de que tomen una decisión puede tener sobre ésta. El Informe de Desarrollo de 2005 “Mente, Sociedad y Conducta” del Banco Mundial reproduce un ejemplo de un experimento adelantado en la India en el que recordarle la casta a la que pertenecía a un grupo de estudiantes llevaba a que los estudiantes de castas más altas tuvieran mejores desempeños en pruebas de matemáticas y los de menos castas, peores desempeños, respecto a un grupo de control que solo debía realizar la prueba.

El segundo es la influencia social. El sicólogo Solomon Asch realizó muchos experimentos sobre este fenómeno y hay muchas aproximaciones de sicología social para entender la manera como nuestros comportamientos afectan los de las demás personas. En esencia, la evidencia nos señala que nuestro comportamiento se encuentra inconscientemente delimitado por nuestra percepción, conocimiento y experiencia con el comportamiento de los otros. Si creemos o vemos que muchos hacen algo (y que ese algo parece “lo normal”), es más probable que ese sea nuestro propio comportamiento.

El tercero son las normas sociales. Cristina Bicchieri señala que las normas sociales explican los comportamientos en los que las personas creemos que son generalizados y que serán regulados por nuestros pares si no los seguimos. Mejor dicho, los comportamientos delimitados por normas sociales son los que tenemos porque creemos que mucha gente los tiene y pensamos que, si no los tenemos, habrá alguna consecuencia social sobre ese incumplimiento. Las normas sociales se suelen construir y reforzar por lo que pensamos de los demás, pues pocas veces es posible tener información exacta sobre el comportamiento en la vida real.

Ahora, entendiendo los mecanismos por medio de los cuales se concreta esa relación entre la forma e información que recibimos y nuestro comportamiento, vale la pena estar atento de los momentos en que la comunicación, buscando que las personas tengan un comportamiento A o no tengan un comportamiento B, terminan incentivando ese mismo comportamiento B. La crisis del COVID-19 nos ha presentado con varios ejemplos en que gobiernos y medios de comunicación han cometido este error de enmarque en sus comunicaciones. Un reciente ejemplo es esta nota del periódico El Colombiano de Medellín, “37 desacatos por hora a encierro en el Valle de Aburrá”.

Aunque la labor principal de los medios no es la resolución de problemas colectivos, es probable que los mismos autores y editores del texto pretendan que su título y artículo funcionen como disuasión para los incumplidores; la indignación y denuncia como fuente de posible modificación de conducta es bastante popular. Sin embargo, es más probable que las noticias de lo que, parece ser, es un incumplimiento generalizado de las medidas de cuarentena tengan el efecto contrario, en tanto pueden “primar” sobre el comportamiento señalado y afectar la percepción de cumplimiento de los otros.

Lo más frustrante de casos como este es que la información disponible y la realidad del problema la mayoría de las veces permiten una construcción titular y enmarque de la noticia diferentes. Ese “37 desacatos por hora” del titular es la división del tiempo de cuarentena por las 28.000 multas que se han puesto en el Valle de Aburrá. Ambos datos vistos sin contexto parecen muy altos, pero ¿qué representa eso en toda la población de los diez municipios de esta zona? Uno también podría titular esto diciendo que solo al 0,76% de la población del Valle de Aburrá le han puesto un comparendo, o que al 99,2% no le han puesto comparendos durante la cuarentena.

Este cambio de marco en la noticia no solo puede tener efectos más positivos sobre los comportamientos que, todos asumimos, son socialmente convenientes en este momento, sino que resultan incluso más justos con lo que a todas luces ha sido un cumplimiento generalmente juicioso de las medidas de cuarentena en las ciudades del Valle de Aburrá. Tener presente la posible influencia en los comportamientos de la manera como contamos las cosas, sean gobierno, medios de comunicación o incluso, personas de a pie, puede ayudar muchísimo a alcanzar objetivos comunes.

La clave es no subestimar la influencia de una nota, un título o una redacción y, en tanto haya oportunidades para mejorar el desempeño de las personas en situaciones a todas luces complejas, no dejarlas pasar por la tentación de un titular llamativo o una indignación pasajera.

¿Qué haría Marco Aurelio?

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Emperador y filósofo, Marco Aurelio.

Las últimas semanas de pandemia han visto la constante referencia al “estoicismo” necesario para sobrellevar estos difíciles tiempos. Encierro, enfermedad y muerte despiertan miedos en todos nosotros que parecen superar la tranquilidad, que rondan siempre la vida, pero cuya cercanía nunca se vuelve cómoda. Algunos artículos y columnas han rescatado las ideas de varios filósofos griegos y romanos, recogidos bajo una misma escuela, para referenciar la manera de asumir los sacrificios que las circunstancias actuales nos imponen.

El primer estoico, fundador de la escuela, fue Zenón de Citio, un comerciante que luego de conocer de la vida de Sócrates en Atenas quiso saber “dónde se congregaban hombres cómo aquel”, se hizo discípulo de un filósofo cínico que frecuentaba la Academia e inició un tardío ejercicio filosófico. Sus ideas principales, que le sobrevivieron sin muchos cambios durante los casi quinientos años en los que la escuela estoica influenció el mundo antiguo, se podrían resumir en tres grandes principios.

El primero se refiere a que el mayor bien, el que deben perseguir los sabios, es la virtud y que todo lo demás les debe ser indiferentes. Ahora, para los estoicos la virtud se veía representada en lo que podría entenderse como el segundo principio, la disposición a vivir conforme a la naturaleza y al logos, es decir, a lo que los estoicos nombraban la razón universal. Esa concordancia dependía, sobre todo, de seguir el tercer principio, la comprensión y aplicación de la dicotomía del control, que señala las cosas que controlamos, las que no y cómo actuar ante ambas.

Probablemente sea alrededor de esta dicotomía que han surgido algunas de las reducciones injustas respecto a actuar o pensar “como un estoico” y a ese mito de los estoicos como atormentados y ascéticos sabios de barba blanca que aguantan todos los males sin decir o no hacer nada. La desgraciada, pero llevada de forma resignada no es el ideal estoico y aunque en el pensamiento de su escuela hay algún nivel de admiración sobre esto, no es ni mucho menos una filosofía sobre el sacrificio irracional o la resignación absoluta.

Al contrario, los estoicos valoraban sacar satisfacción de las cosas sencillas y no apegarse a los bienes externos; esto supone ver la felicidad como la comprensión simple de la vida que nos ha tocado a suertes, las cosas que podemos y no podemos cambiar y la influencia absoluta de la naturaleza del Universo en todo esto. De esta forma, los sabios se deben preocupar por asumir lo que les llegue, con habilidad y diligencia. En tanto no es su potestad definir qué les llega, ni cuándo, deben concentrarse en lo que sí pueden controlar, el cómo.

De esta forma, los estoicos plantean que hay tres tipos de sucesos en la vida de las personas: aquellos que controlamos totalmente, aquellos que controlamos parcialmente (o que podemos influenciar en alguna medida) y aquellos que no controlamos.

Imaginen que al revisar el pronóstico del tiempo se dan cuenta que mañana lloverá. La primera decisión que pueden tomar es levantarse temprano previendo el difícil tráfico que seguramente retrasará su transporte matutino. Esa decisión es una prerrogativa personal y en efecto, no dependió de nadie más (o de nada más) que de nosotros mismos. Está, como dirían los estoicos, bajo nuestro control.

La segunda disposición sería poner la alarma del despertador para levantarnos temprano. Si al día siguiente logramos levantarnos temprano o no, puede verse influenciado por otras disposiciones o circunstancias, como pasar una buena noche o incluso, que la alarma funcione correctamente. Aunque tenemos un buen grado de control sobre esto, no depende exclusivamente de nosotros. Finalmente, aunque queramos o no, hagamos una danza del agua o enterremos tenedores en el suelo, el hecho de que mañana llueva o no, no depende en ninguna medida de nosotros. Al respecto, Epicteto, uno de los estoicos griegos más influyentes de la escuela, señalaba que debemos hacer lo mejor con las cosas que están en nuestro control, y tomar el resto como nos lo disponga la naturaleza.

Como decía anteriormente, el estoicismo ha sido caricaturizado en muchas ocasiones como resignación obediente a los eventos que pasan en la vida. Pero esto es incorrecto. “Actuar conforme a la naturaleza” como señalan los estoicos busca que, frente a situaciones que no están bajo nuestro control, las personas no hagamos cosas que nos hagan perder la tranquilidad (el valor más alto que dan los estoicos a la vida). Así, si mañana va a llover, tomamos las precauciones como levantarnos temprano y establecer la alarma para despertarnos. Si mañana va a llover, al salir a la calle, sacamos una sombrilla. Poco más.

Probablemente el más célebre de los pensadores estoicos sea el emperador Marco Aurelio, que gobernó el imperio romano entre el año 161 y el 180 de nuestra era. Sus escritos se recogen también en un popular libro, uno que ha introducido a muchas personas en el pensamiento estoico, “Meditaciones”. El texto reúne las ideas dispersas y cotidianas del emperador en varios momentos de su vida y nos da una visión humana de las reflexiones de un estoico, sobre todo, al ver las dificultades que el mismo emperador confiesa a la hora de vivir a la altura de expectativas tan altas.

Uno de los elementos más bonitos de las ideas de “Meditaciones” y que se encuentra en el pensamiento de otros filósofos estoicos, es el del cosmopolitanismo. En efecto, a diferencia de muchas personas en su época (y muchas en las nuestra) los estoicos recelaban de las tribus, nacionalidades e identidades excluyentes de las personas. Hierocles, otro estoico griego, definió la idea estoica del cosmopolitanismo en sus círculos concéntricos de la “preocupación”. Los círculos van desde los más cerrados y próximos con nuestra familia, siguiendo conciudadanos, luego compatriotas y al final toda la humanidad. La idea del estoicismo es tratar a todas las personas de esos círculos, por alejados que sean, como a la familia.

En este sentido, los estoicos señalaban que, si todas las personas estamos en función del logos, la razón universal, eso nos convierte en iguales ante la naturaleza y que, por tanto, la patria de los sabios es el cosmos y sus compatriotas, la humanidad. Esto es fundamental porque da paso a una ética de la solidaridad universal, al respecto, Crísipo de Solos, un estoico griego más, señalaba que, si alcanzar la virtud incluía la beneficencia, es decir, la virtud de ayudar a los demás, y si la beneficencia es una especia de justicia, que es la virtud social más importante, ser virtuoso depende de que ayudemos a los otros. Una dicha.

Quizás sea por eso, por sus ideas sobre cómo sobrellevar situaciones que parecen superarnos usando la razón y la dicotomía del control y la esperanza de un mundo en el que todos seamos compatriotas, en que la solidaridad sea virtud superior, por lo que resuenan tanto por estos días los estoicos. De hecho, Marco Aurelio decía que los hombres han nacido los unos para los otros y que considerando lo corta que es la vida, siempre que se pueda, ha que procurar ser bueno con los demás.

Y que, por ahora, para muchos que buscan un poco de fuerza para sobrellevar todo esto, eso pueda resultar de ayuda.

Un pequeño empujón a la solidaridad

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La Cruz Roja colombiana siempre será una buena alternativa para donar. Aquí encuentran más información.

Las últimas semanas nos han puesto de manifiesto algo que no debemos olvidar: nuestra disposición, la de todos, a ayudar a los demás, a ayudarnos unos a otros, a ayudarnos para superar lo que, a todas luces, y a cada momento que pasa, se está convirtiendo en una situación desesperada. En Medellín esa disposición pudo recoger unos catorce mil millones de pesos y en Bogotá más de cincuenta mil en sendos teletones de días pasados. Estas expresiones más grandilocuentes de la solidaridad solo se suman a formas más pequeñas y cotidianas del altruismo. Creo que la verdadera gran prueba de que estamos predispuestos para preocuparnos por otros son los cientos de iniciativas sociales, muy organizadas o absolutamente espontaneas, que han empezado a recoger donaciones en dinero, suministros y comida para ayudar a todos los que pasan por momentos difíciles por culpa de la cuarentena del COVID-19.

Ahora bien, la solidaridad es una disposición prosocial, es decir, que tiene efectos positivos sobre los grupos sociales, y puede ocurrir, sobre todo respecto a donaciones como de las que estamos hablando, de forma impulsiva o deliberada. En la primera, ocurre cuando vemos o conocemos de algo que nos estimula de manera emocional a realizar la donación. En la segunda, calculamos, revisamos opciones y tomamos una decisión que creemos informada sobre cómo, a quién y cuánto donar. Ambas son prosociales.

Estas iniciativas particulares y grupales, nacidas de esta crisis, para ayudar a otros han sido respondidas con probablemente las expresiones de solidaridad más grandes de las que tengamos memoria. Millones de personas han donado lo que tienen, les sobra o les falta, para que otros tengan, al menos, comida sobre sus mesas. Pero por grande que sea esa solidaridad, siempre hará falta y no solo eso, los aprendizajes de cómo canalizar ese sentimiento moral pueden ser muy relevantes para las agendas de altruismo para después de la pandemia.

Así las cosas ¿cómo aumentamos las donaciones?

La economía del comportamiento tiene algunas pistas. En efecto, hay bastante evidencia sobre cómo ciertos ajustes en la manera en que se presenta la información y en particular, se permite que la gente done, puede activar positivamente el impulso de hacerlo, sobre todo, cuando hablamos de la solidaridad impulsiva.

Lo primero parece obvio, pero no por eso es menos relevante: hay que facilitar la manera como la gente puede donar a una causa. Ahora, si hacen parte de una iniciativa comunitaria o particular, esa facilidad debe mantener algunos visos de formalidad, porque de lo contrario puede producir desconfianza. Ese equilibrio entre sencillez y estructura es clave para que la gente evite recurrir a excusas de dificultad para dejar de lado su motivación para donar.

Lo segundo tiene que ver con la retroalimentación inmediata de la acción. Las acciones altruistas otorgan recompensas internas y externas a las personas. Las primeras los hacen sentir bien consigo mismo porque su acción activa su conciencia moral, las segundas, porque les permiten sentir o recibir reconocimiento de parte de sus pares. Ambos incentivos son poderosísimos; a todos nos gusta sentir que somos buenas personas y saber que los demás creen que lo somos. Esto se puede hacer fácilmente con agradecimientos, fotos o videos personalizados. Lo importante es que esa recompensa simbólica llegue tan rápido y sea tan clara como sea posible para el donante.

Una tercera opción es apelar a las normas sociales. Las personas nos comportamos en muchos escenarios de acuerdo con como creemos que los demás lo están haciendo y esperan que nosotros lo hagamos. Sobre todo, aquellos que consideramos “los nuestros”, nuestros pares, ya sean amigos, compañeros de estudio o trabajo, o conciudadanos. Aquí la clave es la posibilidad de compararnos con los demás, esto puede funcionar respecto a información sobre las donaciones totales recibidas (algo que es bastante común en estas iniciativas), pero funcionaría mejor si fuera posible determinar y señalar quiénes o de dónde han donado. Al usar normas sociales, la clave es la identificación de la persona con los otros, que pueda ver que “otros como él” lo han hecho. Pedir a quienes donan a una iniciativa que recomienden su organización o iniciativa solidaria puede ayudar a señalar la norma social y generar confianza sobre la donación al mismo tiempo.

Finalmente, hay que hacerlo personal, anecdótico y relacionable. Varios estudios han encontrado que las donaciones aumentan cuando las personas pueden conocer relatos reales e individuales de quienes recibirían la donación. Esto es complejo porque supone mucho tacto para evitar explotar las dificultades de las personas o usar el pesar más asociado a la caridad que a la solidaridad.  Por eso es solo recomendable si, primero, hay muy buena voluntad y cuidado sobre el daño en quienes participarían, y segundo, si lo que sale es producido de manera evite estos problemas de fondo.

Ninguna de estas ideas desconoce, sin embargo, que la solidaridad sea un atributo natural de los seres humanos. Es más, si no fuera sencillo activarlo, pocas de ellas funcionarían. Pero las personas podemos sufrir de fallos de contexto o sesgos propios que nos dificultan seguir la intención inicial de ayudar a los demás. Estos pequeños empujones pueden mejorar nuestra disposición al altruismo y en el camino, servir de gran apoyo a quienes adelantan estas iniciativas y a quienes, al final, reciben por medio de las donaciones la manera se seguir sobrellevando esta tragedia colectiva de los últimos meses.

Detrás de la puerta.

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Los bomberos del siglo XXI imaginados por ilustradores franceses en 1900.

La futurología es una tarea malagradecida. Solo basta mirar las ilustraciones de revistas y cromos de inicio del siglo XX sobre el siglo XXI, sobre el futuro, para comprobar que buena parte de la imaginación (y conocimiento) de esos bienintencionados, no acertó a la realidad de nuestro presente. Por frustrante que esto sea, no deja de ser cierto que las predicciones (o prospectiva) son difíciles y deberían asumirse con una buena dosis de humildad analítica. Reconocer, antes de nada, que muchas de esas ideas simplemente pueden estar equivocadas.

Dejando por escrito la aclaración de las limitaciones de predecir el futuro, vale la pena revisar algunos de los posibles cambios producidos por la crisis del COVID-19 y que empiezan a esbozarse en el horizonte como transformaciones en la forma como funciona nuestra sociedad, se estructuran nuestros gobiernos y se mueven nuestras economías. La que sigue no es una lista exhaustiva, solo algunas ideas que se han venido revisando sobre las posibles consecuencias de la pandemia en nuestro mundo.

(Algunas de estas ideas se amplían y revisan en detalle en la conversación del foro “¿Qué tanto va a cambiar el mundo?”).

Ahora bien, uno de los primeros asuntos que podría cambiar es la disposición que tenemos a asumir costos para resolver problemas colectivos. En efecto, el repertorio de medidas, sacrificios individuales y colectivos e incluso algo de la sensación de urgencia y crisis del enfrentamiento de la pandemia del COVID-19 pueden servir como simulacro de nuestras tareas pendientes respecto a problemas como el cambio climático y la degradación medio ambiental.

Primero, respecto al tipo de medidas y el rango de alternativas que tenemos a la mano para enfrentarlos. No es casualidad que un efecto indirecto de la cuarentena haya sido la disminución de emisiones. Siempre hemos sabido, aunque en ocasiones evitemos la conversación, que enfrentar el cambio climático supone, en el mejor de los casos, modificar sustancialmente algunas de las formas como funciona nuestra economía. Segundo, respecto a la validación, casi insistencia, en que las acciones individuales sí son relevantes para los problemas colectivos. Recordarlo puede ser muy valioso para movilizar a las personas en el futuro.

Las formas en las que trabajamos también han cambiado. Es probable que algunos de los elementos de la virtualización forzada en la que nos encontramos sobrevivan la superación del COVID-19. Hay mucho más de lo que veníamos haciendo que se puede hacer sin la necesidad de la presencialidad. Obviamente la adaptación ha sido difícil y el teletrabajo ya entró al panteón de los memes como tema preferido para burlarnos de sus limitaciones y frustraciones, pero eso no quiere decir que justo en este momento no haya muchas organizaciones y personas cayendo en la cuenta de que hay bastantes procesos, diligencias y actividades que podrían virtualizarse.

Hemos visto también expresiones de solidaridad, altruismo y apoyo mutuo en todo el mundo, desde lo simbólico, como los aplausos y conciertos de balcón, hasta lo caritativo, con cientos de miles de voluntarios y donantes recogiendo mercados, medicinas, fabricando implementos de protección médica, haciéndole el mercado a sus vecinos mayores o del personal médico, entre muchas otras cosas. Pero todo esto estaba allí, siempre lo ha hecho, estamos delimitados por nuestra disposición -con algunos matices, por supuesto- a preocuparnos por otros, a querer ayudarlos, a superar estas crisis juntos.

Lo que puede cambiar es la empatía. Una de las cosas más interesantes de hacer voluntariado o de ayudar a una causa a través de una donación (incluso compartir o invitar a apoyar una causa va por ese camino) es la posibilidad de acercarse a las necesidades y angustias de otras personas. Es probable que sean vecinos o conciudadanos, y que en el trajín de la vida en el exterior no pensáramos en ellos, no los conociéramos o subestimáramos sus dificultades. Sentirnos corresponsables de su situación puede superar el altruismo y llevar a la acción política; a que asumamos la reivindicación de lo insostenible de su situación.

Finalmente, está el fortalecimiento del Estado, sus sistemas de salud, también los ajustes político-electorales. El manejo de la crisis, y un poco de suerte, podría llevar a cambios políticos en varios países. El Estado se fortalece no solo en su manera de atender la salud de las personas, sino también en sistemas de atención social y laboral, y en políticas redistributivas y esto puede ser muy costoso de desarmar una vez pase la pandemia. Este giro “keynesiano” es similar al que otras crisis económicas han provocado, pero no son pocos los que señalan la novedad en el tamaño del cambio. Al final, es esperable una tensión entre políticos que quieren mantenerse en el poder, poblaciones insatisfechas por su manejo del COVID-19 y programas sociales ampliados, más incluyentes, pero apretando demasiado las finanzas de los gobiernos en plena recesión económica. Navegar esa coyuntura será el reto político de 2021.

Todo esto puede pasar, así o diferente. O no. Al final, el juego de las predicciones sigue siendo ingrato.

Una mesa en un andén.

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Los días pasan. Todos los contamos con partes iguales de angustia y expectativa, esperamos en la tarde los reportes del Ministerio de Salud para conocer el nuevo número de contagios, muertes y recuperaciones. Y hacemos cuentas en la cabeza, calculamos, en ocasiones con más esperanza que sensatez, si vamos bien o mal, si el ritmo al que avanza el virus es mayor o menor al que esperábamos. Si ese nuevo reporte, si ese nuevo día, es motivo de un poco más de miedo o un poco más de tranquilidad.

Los días pasan.

También revisamos noticias de otros lugares, paneamos las redes con dedos entumidos, leemos un nuevo artículo o columna que intenta dar nuevas luces, aunque ya muchos se parecen a anteriores (Igual a este, seguramente). Expertos que se contradicen, políticos que juegan a la demagogia, al estadista o al contagiado, analistas de todo que se graduaron de epidemiólogos en cuestión de días. Pero también, detrás de todo este ruido, una mesa, un letrero y algunas bolsas de lentejas, arroz y frijoles.

La foto delata, con su andén empinado y su ventaja enrejada, algún pueblo de Antioquia. Es Frontino, nos enteramos si leemos la nota o el tuit que acompaña la foto, y conocemos a Jader Aldana, un vecino del municipio que vio en redes una idea similar y la quiso replicar en su pueblo. El letrero, en letra azul, dice: “Yo cuento contigo. Tú cuentas conmigo. Si necesitas toma. Si te sobra dona”. Una rima sencilla para un objetivo bonito. A los días, Jader tiene que añadir otra mesa a su iniciativa de solidaridad para disponer de las donaciones que llegan más rápido de lo que se van y también por redes y notas de prensa nos enteramos de que el experimento se riega por el país, que en Bogotá, en Medellín, en Cali, hay nuevas mesas con la misma invitación a pensar en los demás.

Que la mesa en un andén de Frontino se ha convertido en un mecanismo para ayudar a los que pasan por momentos difíciles, pero también, para permitir que expresemos nuestra preocupación por los otros, que nos sintamos corresponsables de su bienestar, parafraseando la definición que Cayetano Betancur daba de la solidaridad. La iniciativa de Jader y sus réplicas son solo una de las expresiones parecidas que hemos visto por estos días, son cientos las invitaciones a donar suministros y dinero, miles los voluntarios que continúan entregando y movilizándose para espantar el hambre en estómagos que tan bien la conocen, muchísimas las organizaciones, empresas e instituciones que han asumido la corresponsabilidad por el otro de la que hablaba Betancur.

Porque la solidaridad espontánea, tan común, es una contribución para disminuir las angustias por las que muchos pasan por estos días, pero también, un recuerdo insistente, una realidad cotidiana de esas que se olvidan, un pensamiento alentador en tiempos aciagos. Uno necesario y fundamental para no olvidar que detrás del miedo, de la incertidumbre, detrás de la melancolía persistente de los días que se superponen, de los días que pasan, podemos contar con lo mejor de las personas. La solidaridad no es un milagro, porque en el estado de las cosas, por emocionante que nos parezca, no deja de ser común.

Y todo lo maravilloso es cotidiano.

¿Por qué es tan difícil ponernos de acuerdo?

Podemos ponernos de acuerdo con visiones diferentes?

Imagine, por un instante, que se encuentra en uno de esos almuerzos o comidas masivos que tienen las familias de vez en cuando (puede ser navidad, o un cumpleaños de alguien especial o un encuentro tradicional de domingo) y en medio del ruido de platos y la conversación a murmullos de muchos, alguien pone sobre la mesa -literal- una cuestión sobre política o religión, y el ambiente se tensa, los ánimos se crispan de inmediato. Se arman ahí mismo facciones militantes, defensores acérrimos, un primo segundo toma una postura controversial, una tía, que habla poco, pero se siente atacada, se retuerce en la silla, los ojos abiertos en señal de exasperación. Alguien ataca y otros responden, y los tonos suben y los ceños se aprietan.

Es una discusión, en toda regla, y en medio de la disputa nunca se alcanza un acuerdo y los papás de alguien se lamentan, que por qué tenían que poner ese tema, que la gente solo pelea cuando hablan de esas cosas ¿Es cierto? ¿Estamos condenados a discusiones airadas que nunca llegan a acuerdos? ¿Estamos a merced del inevitable e insalvable choque entre nuestros puntos de vista?

Otra mirada, esta vez en las discusiones cotidianas de redes sociales y programas de opinión de radio, parecería confirmar esta tragedia deliberativa: que las personas estemos siempre prestas a defender nuestras posiciones a como dé lugar y muy poco dispuestas a reconocer un error o -¡dios no lo quiera!- cambiar nuestra opinión por la del contrario.

Esa dificultad para entender la posición contraria, escuchar realmente sus argumentos, entender sus motivaciones y en ocasiones, darle la razón nos parece tan “antinatural” porque, precisamente, va un poco en contravía de nuestra programación evolutiva. Esta es, en una reducción particularmente injusta de mi parte, la propuesta del psicólogo moral Jonathan Haidt en su libro “La mente de los justos” (The Righteous Mind, 2019, Planeta). Haidt propone una teoría de los fundamentos morales en los que las creencias de las personas, incluidas sus inclinaciones políticas y religiosas, se encuentran delimitadas por la estimación que tienen de valores como el cuidado, la equidad, la lealtad, la autoridad y la santidad. Esta valoración depende en buena medida de elementos culturales, familiares y personales, también genéticos, en cada experiencia vital; todos somos potencialmente susceptibles de desarrollar mentes “conservadoras” o “liberales”.

De igual forma, nuestro “ADN evolutivo” nos ha predispuesto para reconocer la importancia de trabajar en equipo y ser recíprocos con los “nuestros”. Haidt lo plantea en una metáfora en la que nos podríamos considerar 90% chimpancés y 10% abejas. Esa décima cooperativa ha sido fundamental para construir las sociedades en las que ahora tan cómodamente vivimos, pero también plantea un reto enorme para la predisposición que tenemos a solo querer confirmar ideas que sean propias (el sesgo de confirmación) y defender a los nuestros a como dé lugar, en organizaciones, ciudades y naciones cada vez más heterogéneas.

Cuando en una tranquila comida familiar (o una caótica discusión en Twitter) discutimos sobre política y religión (aunque en realidad esto se activa siempre que los temas tengan implicaciones sobre la identidad grupal de los involucrados), nuestra evaluación parece condicionar la posibilidad real de que alcancemos acuerdos, reconozcamos puntos ajenos o cambiemos de opinión. Así las cosas ¿hay esperanzas de tener debates y discusiones que puedan alcanzar acuerdos?

Haidt matiza al cerrar su libro lo “predestinados” que parecemos estar a competir constantemente entre grupos y ser incapaces de cooperar entre diferentes. Al final, la historia humana está llena de ejemplos en que las diferencias más marcadas han sido superadas por una combinación extraña, pero no imposible, de sensatez y empatía. Y sobre este argumento señala una propuesta que por lo sencilla no resulta menos fundamental para empezar a tener discusiones constructivas: reconocer que al final de cuentas, nuestras ideas no son tan racionales y bien pensadas como pensamos y que en este hecho existe la posibilidad (grande en muchos casos) de que estemos equivocados o al menos, que la contraparte tenga algo de razón.

Un primer paso esencial, difícil, como todas las cosas importantes, pero insalvable si queremos que la próxima comida familiar -o en la definición de decisiones públicas, discusiones de políticas, desacuerdos normativos- no sea una interminable discusión entre sordos y pueda llegar a que, al final y así sea solo en algunas cosas, podamos ponernos de acuerdo. O no.