¿Necesitamos más zanahoria o más garrote para la reapertura?

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Pensar lo local, anuncio de distancia física en Australia.

Las personas están casi siempre más dispuestas a cooperar y cumplir de lo que en ocasiones nuestros prejuicios les reconocen. Ahora, nuestros prejuicios no son solo nuestros, son de todos. Es decir, acompañan nuestras decisiones individuales, pero también las colectivas y por estos días de reapertura económica sociedades como la colombiana parecen debatirse por la fórmula de abordar el cumplimiento de las medidas de cuidado para mantener bajo control los contagios por COVID-19.

El «equilibrio» entre zanahoria y garrote es una vieja pregunta de acción pública y las respuestas parciales, como todo, son mediadoras. Depende de problemas, instituciones, recursos, comportamientos. En este caso no es diferente, sin embargo, hay que reconocer las limitaciones a las que se enfrenta el «garrote» en nuestro caso. Problemas de legitimidad, exceso de uso de la fuerza, aplicación inconsistente de las medidas, entre otras, se pueden señalar sobre los líos históricos del Estado colombiano a la hora de echar mano de su garrote.

La zanahoria también tiene sus líos. En particular, la perceptible subestación que muchos gobiernos parecen tener sobre el uso de la cultura ciudadana, la comunicación pública y los estudios del comportamiento por estos días (con contadas e importantes excepciones, claro está). También, porque cuando se acercan a estas perspectivas parecen preferir versiones light del garrote (como el regaño institucional o el vocero público paternalista) o la frase motivacional producto de una sesión de creativos que dedicaron casi todo su tiempo a definir los colores del logo. Abordar esto desde el enfoque de cultura ciudadana requiere más juicio, como el que han asumido algunas administraciones locales, como Bogotá.

Un elemento sustancial en esa aproximación sensata desde la zanahoria reconoce la importancia de las percepciones que tenemos sobre las motivaciones, razones e intereses de otros en nuestro propio comportamiento y en las distancias reconocibles entre percepción y realidad. Es la razón por la que en docenas de encuesta de cultura ciudadana realizadas por años, casi siempre valoramos nuestras motivaciones como nobles y delimitadas por la moral y las de los otros como estratégicas y  delimitadas por su egoísmo. La realidad, como siempre, se encuentra más en el medio: no somos tan buenos como nos percibimos personalmente, pero los demás no son (ni de lejos) tan malos como los representamos.

La semana pasada adelanté un sondeo con personas de varias ciudades colombianas. Por referencias y sin aleatorización, sus resultados no son generalizables, pero nos pueden dar algunas pistas sobre la forma como muchas personas están relacionándose con las medidas de cuidado entendidas como normas sociales. El sondeo preguntaba por los tres comportamientos más asociados a la contribución individual al cuidado y la reducción del riesgo de contagio: el uso correcto del tapabocas, el distanciamiento físico y el recurrente de manos.

Los resultados son muy interesantes porque nos presentan un escenario en el que los sondeados reportan altos niveles personales de cumplimiento de las medidas y una expectativa de parte de los demás de que ellos lo hacen, pero valoran bastante más bajo el cumplimiento por parte de otros. En otras palabras, muchos de nosotros estamos usando el tapabocas, manteniendo la distancia física en la calle y lavándonos las manos de manera recurrente y creemos que los demás esperan que lo hagamos, pero pensamos que los demás no lo hacen. Este dilema de percepción se ha denominado como «ignorancia pluralista» y es la culpable de mucho problemas de coordinación social al dificultar que reconozcamos que los demás están tan dispuestos a cumplir una expectativa social como nosotros o a que cambiemos nosotros mismos un comportamiento sobre una idea irreal de lo que «todo el mundo hace».

Casi el 95% de las personas que respondieron el sondeo reportaron que usan el tapabocas correctamente la mayoría del tiempo, pero solo el 33% de ellos creen que los demás lo hacen.

Estas preguntas sobre lo que «uno hace», «lo que hacen los demás» y «lo que los demás esperan que uno haga» buscan delimitar la posibilidad de ver el cumplimiento de estas medidas como normas sociales. Chistina Bicchieri considera que una norma social puede estar presente cuando se reconoce que es «lo que todo el mundo hace», o expectativa empírica, y «lo que todos esperan que uno haga», expectativa normativa. Muchos comportamientos de cooperación como el cumplimiento de las medidas de prevención de contagio del COVID-19 dependen en gran medida de convertirse en normas sociales en uso por parte de las personas.

Aunque un poco más bajo que el uso de tapabocas, la gran mayoría de personas que respondieron el sondeo reportaron su disposición a mantener la distancia física en las calles, y de nuevo, su reporte sobre el comportamiento de los demás fue sustancialmente más bajo.

Entender los comportamientos de cuidado como normas sociales nos permite además identificar maneras de promoverlos. Si las personas consideran estos elementos para su propia disposición a seguir estas indicaciones, es fundamental que la percepción que tenemos de los demás sea no solo positiva, sino acorde a la realidad (esto es, que la mayoría estamos cumpliendo).

El lavado de manos recurrente es, de los tres comportamientos sondeados, el que más bajo autoreporte tiene, al igual que su expectativa empírica y normativa. El reciente énfasis en la importancia del uso del tapabocas y las dificultades de superar la carga cognitiva de lavarse las manos con las condiciones definidas varias veces al día, seguro influyen en estas respuestas.

Así, las personas parecen estar cumplimiento las medidas y reconocen que los demás están pendientes de que ellos lo hagan, pero subestiman mucho el cumplimiento de los otros. Tenemos que abordar, sin timidez o reservas, la agenda de visibilizar, señalar y mostrar el cumplimiento generalizado. Es fundamental para las próximas semanas que la expectativa de cumplimiento de las medidas, en tanto todos lo hacen, lo esperan y lo hacemos, sea una opinión generalmente compartida. Pero para lograr esto, además de más datos, necesitamos del músculo comunicacional y de influencia que solo los gobiernos tienen; esto supone que ellos superen la dicotomía algo falsa entre garrote y zanahoria, que confíen además en la segunda y que esa confianza se vea representada en esfuerzos institucionales relevantes.

Muchas esperanzas en estas últimas líneas. Y si algo nos ha hecho recordar el COVID-19 es que la esperanza es peligrosa pero a la vez, y en ocasiones, un refugio.

Desafíos de la reapertura

Señalización para el distanciamiento físico en el Sistema Metro.

Lo más difícil puede estar por venir. O al menos, eso parece. La reapertura de la economía y la vida social de los últimos días en Colombia (juntos a buena parte del mundo) luego de tres meses de cuarentena, aunque paulatina y esperable, no deja de suponer un reto enorme para el país. En otros lugares donde la reapertura lleva días o semanas, los contagios se han disparado. Que esto no sea sorpresivo no lo hace menos preocupante y, sobre todo, no debería subestimarse respecto a nuestras posibilidades de reducir y controlar la situación.

Gestionar una cuarentena total puede ser difícil y angustiante para los gobiernos nacional y locales, pero hacerlo con una invitación parcial al cumplimiento de nuevas normas, junto al desgaste y la fatiga que las semanas de encierro han implicado en los bolsillos y los corazones de las personas, presenta infinidad de problemas. Ahora, esto no solo tiene implicaciones para las autoridades; miles de empresas, entidades y organizaciones, desde la multinacional más grande, hasta la tienda de esquina más humilde, enfrentará el eventual retorno a la normalidad y dependeremos de cómo todos nos adaptemos a estas nuevas expectativas para que la reapertura sea tan manejable como la cuarentena.

Hay algunas pistas interesantes y probadas en otros contextos o abordando retos similares de comportamiento. Ideas y aprendizajes que las ciencias del comportamiento (la sicología conductual, la economía del comportamiento, la epidemiología conductual) pueden ofrecer para que las personas y organizaciones tomemos mejores decisiones a la hora de cuidarnos y prevenir el contagio por COVID-19.

En general, encargados de comunicación pública, institucional, salud pública o corporativa, entre todas las personas que por estos días lideran este esfuerzo de prevención, deberían tener en cuenta cuatro reglas generales del diseño de sus sistemas de prevención. Las acciones que adelanten deben ser sencillas, sociables, repetitivas y transparentes.

Sencillas porque es importante que los comportamientos deseados sean tan sencillos de realizar como sea posible. Esa facilidad debe ser física y cognitiva; mejor dicho, deben ser posibles de realiza y posibles de comprender. Esto supone no solo la señalización de lugares y momentos en donde ocurren estos comportamientos, también, encontrar lenguajes instructivos, visuales y ejemplificantes. La señalización debe ser visible para quién debe tener el comportamiento deseado, pero también para todos los demás, aprovechando un poco la expectativa colectiva del comportamiento.

Efectivamente, las intervenciones deben ser sociales en tanto las personas copiamos los comportamientos de los otros. La importancia de las normas sociales y la influencia social es fundamental en este caso. Eso también lleva a que se expliquen los beneficios sociales del comportamiento, como cuidar a otros, a nuestras familias, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo o estudio. Esto supone recoger información sobre el seguimiento de los comportamientos deseados de las personas de su entorno y usarla para comunicar los logros colectivos, ya sea el cumplimiento mayoritario o el incremento de este (“9 de cada 10 personas se lavan las manos cada dos horas”, “cada vez más personas usan la flexibilidad del teletrabajo para respetar el distanciamiento físico”).

La repetición de los mensajes ayuda también a reforzar esas normas sociales y sobre todo, puede ayudar a evitar confusiones. No podemos dar por sentado que todas las instrucciones o medidas son claras para todos y menos, subestimar el poder de los pequeños recordatorios. Esto supone establecer mecanismos de recordatorios insistes se esos comportamientos deseados, aunque hay que evitar el exceso, en este caso es mejor pecar por él que por defecto. Resulta conveniente en este caso pensar también muy bien lo lugares y momento en los que esos mensajes llegan, un mensaje de texto que recuerda sobre la conveniencia del distanciamiento físico puede ser más pertinente un viernes en la tarde, que un miércoles en la mañana.

Finalmente, todo lo anterior no sirve de mucho si las personas no confían en el enunciador y tienen dudas sobre la veracidad de la información. Las acciones y la información de la organización sobre el manejo de la pandemia y las medidas tomadas deben ser tan transparentes como sea posible y conveniente. En esto es clave señalar que no solo el Estado tiene esta responsabilidad de contar lo que hace y las organizaciones privadas también pueden ver beneficios en contarle a sus empleados y colaboradores lo que están haciendo. Es probable que las personas se sienten mucho más inclinadas a seguir las instrucciones de una institución en quién confían que una para la que tienen reservas.

Ahora bien, entiendo que todo lo anterior son generalidades y que en ocasiones el paso que termina faltando en este tipo de escenarios es el momento en que podemos definir acciones específicas.  Al respecto, el Centro de Análisis Político y la Maestría en estudios del comportamiento de la Universidad EAFIT está poniendo a sus profesores e investigadores al servicio de quién los necesite, en la convocatoria de su primer Consultorio Abierto. Si su organización (grande o pequeña, pública o privada) tiene necesidad de diseñar y poner en práctica acciones que promuevan el cuidado propio y mutuo en esta coyuntura, pueden aplicar en este enlace y acercarse a la posibilidad de tener una sesión de asesoría.

Entre todos tenemos que pensar en las mejores maneras de abordar estos desafíos; encontrar y unir todo el conocimiento a disposición para que la reapertura no nos supere y evitemos tener que regresar al encierro.