
El 19 de junio, justo antes del amanecer, ya había filas en varios almacenes de cadena. En ocasiones con un metro de distancia entre las personas, en otras, más cerca de lo que nuestras recientemente adquiridas prevenciones lo recomendarían. Abiertas las tiendas, el ingreso fue, de nuevo, organizado en algunos casos, turbulento en otros. La visión de una turba de personas con tapabocas es una que a muchos nos encogió el corazón; del miedo por sus consecuencias sobre el riesgo de contagio del COVID-19, de tristeza por asumir que el duro camino recorrido se va al traste.
En una defensa desesperada -y un poco paternalista- de las personas, hay que decir que las decisiones públicas inconvenientes tienen consecuencias sociales inconvenientes. Lo señalo porque buena parte de las redes sociales y algunos voceros gubernamentales y gremiales culparon a las personas de las situaciones de riesgo y aglomeración que se presentaron. Tienen un poco de razón, pero incluso si reconocemos que la responsabilidad individual fue importante, el problema de lo que pasó el día Sin IVA en Colombia estuvo en otro lado.
Si las autoridades le dan señales a la gente que puede salir, luego de semanas de cuarentena, y que además es deseable que lo haga porque su compra será positiva para la economía, muchas personas van a juntar esas señales para superar sus propias reservas o miedos de hacerlo. Si sumamos que en varios lugares quitaron el pico y cédula y se hicieron invitaciones incluso institucionales a salir a comprar, es apenas natural que muchos usaran todo esto para alimentar su propia subestimación del riesgo.
Esto no excusa las responsabilidades personales de la decisión de salir y quedarse en la aglomeración una vez la persona llegó a la tienda o la de los mismos almacenes con sus medidas para gestionar todo esto. Pero la responsabilidad principal está en quién consideró que esto era conveniente en este momento. La revisión de los efectos de la iniciativa, de la manera como las personas tomarían decisiones y de la preparación de gobierno nacional, gobiernos locales, empresas y personas para gestionarlo no fue suficiente.
Independiente de esto, resulta cuando menos interesante preguntarse por el comportamiento de las personas. En redes se leen muchas suposiciones de “irracionalidad”, “indisciplina”, “consumismo” y demás. Pero ¿qué hizo que los compradores no solo salieran en número de sus casas, sino, que se expusieran en las filas y aglomeraciones como evidentemente, incluso para ellos, no debían?
La información que tenemos sobre las motivaciones de las personas que salieron ese día están referenciadas de alguna manera en las notas (sobre todo internacionales, estupefactas) sobre lo que pasó el 19. Y aunque hay algo de variedad, pareciera existir una combinación de decisión “racional” por aprovechar los buenos precios (sumado en algunos casos al obstáculo presentado por las dificultades de comprar por Internet), más cierta subestimación del riesgo asociado al contagio. En particular, una justificación general de que, aunque hubo aglomeraciones y largas filas, la cosa “no fue tan grave.
Sin embargo, el mismo Ministerio de Comercio reportó a eso del medio día que en todo el país se habían registrado unas 34 aglomeraciones con unas 80.000 personas en total. Sumado a esto, en algunas ciudades como Bogotá o Cali las mismas administraciones municipales se vieron obligadas a cerrar sedes de almacenes por incumplir las normas de distanciamiento físico durante la jornada. No olvidemos que son muchos los casos en países como Corea del Sur, España y Estados Unidos en donde una sola aglomeración fue la culpable de cientos de contagios.
Lo otro para considerar es el efecto que sobre todos nosotros tienen esos videos y fotos de personas guardando un televisor de distancia. Los comportamientos son muy contagiosos, luego de meses de calles semivacías, esas puertas a reventar van a hacer un daño enorme en esos, ya de por si flacos, esfuerzos pedagógicos que ha hecho el país. No solo eso, el cumplimiento de las medidas de prevención son un esfuerzo de acción colectiva, a todos se nos pide cooperar para conseguir un bien común en la reducción del contagio. El principal enemigo de las acciones colectivas es el incumplimiento aprovechado que produce una sensación de defraudación en las personas. Esto lleva a que las personas podamos pensar “y yo para qué me molesto, si nadie más lo hace”. También se pueden ver afectadas la confianza de las autoridades y la legitimidad de sus mensajes, medidas y programas para abordar esta crisis.
Y a pesar de todo esto, hay que continuar con los esfuerzos para reducir los contagios, los riesgos y las afectaciones de esta pandemia. Mucho se ha dicho sobre evitar “humanizar” al virus, es decir, darle propiedades como “enemigo” o “contrincante”, y es cierto, al virus no le importa nuestras desavenencias políticas, incluidas, las que puedan salir de este episodio. De ahí la importancia de no perder de vista lo que en este momento es importante: seguir cuidándonos.
Es hora de continuar con nuestras medidas personales, en medio de nuestras posibilidades, para reducir el contacto físico. Y, sobre todo, es momento de recordar la responsabilidad individual y colectiva que nos cabe en cuidarnos entre todos. Tenemos que insistir -con la determinación de la terquedad- con las personas cercanas, familia, amigos, vecinos, en la importancia de la distancia, el uso correcto del tapabocas y el lavado de manos. Las organizaciones deben asumir también esta tarea con absoluta determinación, así como los gobiernos locales; no es solo en la aplicación de las medidas coercitivas -para eso ya está la Policía- sino en la invitación y movilización ciudadana para actuar colectivamente.
El 19 pudo ser un día complicado para la lucha contra el COVID-19, pero en esencia, no puede cambiar lo importante: la decisión colectiva de que, entre todos, superaremos esto.
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