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Las circunstancias trágicas y extremas de la pandemia ha popularizado, de nuevo, las narrativas públicas sobre heroísmo en las acciones de grupos de personas y ciudadanos que enfrentan asuntos como la atención en salud, la prestación de servicios públicos e incluso, aquellos que siguen una norma o disposición de cuidado. La metáfora del heroísmo puede ser comprensible y en ocasiones bonita, pero también sufre el riesgo de ser injusta, plantear ideales inalcanzables y desconocer los riesgos del «héroe». Hay básicamente tres razones para pensar en lo inconveniente del uso del arquetipo del héroe al referirnos a ciudadanos y sus acciones cotidianas.
Lo primero es que hacerlo de esta forma puede ser injusto con la mayoría de personas que hacen esfuerzos o acciones similares, pero en tanto no “tan extraordinarios” como lo héroes, reciben poco mérito. El heroísmo es excluyente por definición; algunos son héroes porque “otros no lo son”. Y si lo que queremos es promover un comportamiento que nos parece deseable, el lío se arma en que la posibilidad de cambio está en que ese comportamiento sea algo común y no extraordinario. Si el heroísmo es demasiado grande, entonces lo actos “heroicos” (esas cosas por las que admiramos a nuestros héroes) son tan extraordinarias que las personas de a pie no aspiraremos a lograrlas.
De igual manera, el énfasis en el heroísmo puede subestimar los costos de ese heroísmo e incluso la falta de libertad en muchos de los héroes. Muchos médicos y profesionales de la salud lo han señalado por estos días: cumplir con su trabajo no debería ser motivo de heroísmo homérico, entre otras muchas cosas, porque esa expectativa que le ponemos a nuestros héroes parece prepararlos para el sacrificio. Pero aclaro: tener reservas sobre el uso del arquetipo del heroísmo para referirnos a otras personas no supone renegar sobre la admiración o el reconocimiento a otras personas. Pero sí hacerlo con algunas reglas de juego sencillas que buscan evitar ciertos excesos.
Finalmente, hablar de héroes puede ser inconveniente para la posibilidad de reconocer logros colectivos. En el héroe, aunque el costo de sus acciones parece tener fines colectivos, la gloria es personal. No solo eso, el héroe reticente no es más que un sacrificio humano. En el heroísmo personal o grupal perdemos la oportunidad de tener y reconocer logros comunes y colectivos; asuntos conseguidos por el esfuerzos de muchos y el sacrificio de otros tantos. En la coyuntura actual de la crisis del COVID-19 son estas acciones colectivas las responsables de muchas buenas noticias.
También es que hay algo intrínsecamente admirable (pero absolutamente más replicable, que es lo importante) que la silenciosa voluntad de hacer las cosas bien, el compromiso cotidiano que tenemos todos, llenos de errores y limitaciones, por aguantar una cuarentena, atender enfermos, seguir trabajando, cuidar de nuestros hijos, acompañar y apoyar a nuestros vecinos, y así. En contraposición a la narrativa del héroe, la de normalizar comportamientos social y personalmente deseables. Todo el mundo hace eso o la mayoría; o cada vez más personas lo hacen y eso es motivo de orgullo y felicidad, pero colectiva, más allá del personalismo al que hiede el heroísmo en ocasiones.
Una sociedad de ciudadanos, antes que de héroes. En donde lo extraordinario es cotidiano y del heroísmo se sabe por los libros, se le deja a la ficción.