
El optimismo es en ocasiones objeto de burla. Hay algo de inocente niñez en las personas que intentamos verle las llenuras a los vasos pandos y esa esperanza puede resultar despreciable para muchos, en particular, para personas que suelen esperar lo peor por defecto. El statuo quo como infierno. Vista como actitud de vida únicamente, el optimismo le huele a muchos a insoportable ilusión, pero ¿es tan desesperado creer que las cosas saldrán bien?
Durante los últimos años de su vida el filósofo estoico Séneca escribió una serie de cartas a su pupilo Lucilio en las que exponía buena parte de sus ideas sobre la vida, el conocimiento y el universo. La carta número 13 es particularmente bonita y trata precisamente sobre la forma como vemos el futuro y el presente. En ella dice Séneca que:
También el infortunio es voluble. Tal vez será, tal vez no será: pero de momento no es. Piensa lo mejor.
-Séneca. Carta 13. Cartas a Lucilio.
Las cosas pueden salir bien (suelen hacerlo), las cosas pueden mejorar (suelen hacerlo). La fortuna, es decir, el efecto del azar sobre las cosas que apreciamos, es neutral. Los estoicos llamaban a esto la razón del universo, la lógica con la que funciona la naturaleza. Su idea más conocida señala la importancia de actuar conforme a esta razón. Esto suele interpretarse como una especie de resignación pesimista, un “todo saldrá mal”. Pero es diferente, no solo supone reconocer esa razón universal, sino, dice Séneca, asumir que será para lo mejor.
El optimismo es además bastante útil. Por años los sicólogos comportamentales han referenciado el sesgo de optimismo y el de exceso de confianza en las personas. Esto es, el desvío cognitivo que nos lleva a pensar que nuestras capacidades y nuestras posibilidades de un desenlace positivo en una acción o situación sea mayor al real. Ambos sesgos se vinculan a muchos problemas públicos y líos personales en las que nos equivocamos al calcular qué tan bien nos irá en algo. Pero ambos sesgos son también el apalancamiento de sueños, proyectos y aventuras; gracias a que pensamos que somos buenos en algunas cosas (incluso más de lo que realmente somos) y que nuestros chances de que las cosas salgan bien son superiores a las probabilidades, nos animamos a tomar riesgos. Matrimonios, noviazgos, empresas, obras y un sinfín de proyectos riesgosos no sucederían sin una disposición optimista.
El mundo se puede permitir, y nosotros beneficiar, de pensar lo mejor.
Referencia:
-Séneca (2020). Cartas a Lucilio. Barcelona: Editorial Planeta.