
A la fecha, son muchos más los estudiantes que no han podido regresar a sus instituciones educativas de manera presencial. La pandemia nos envió a las casas, nos puso en la angustiosa situación de armar una dinámica pedagógica que, pensada y apreciada como presencial, se volvió virtual. No solo esto, que es queja desde el privilegio, muchos niños, niñas y jóvenes -además de profes- no se han podido dar este relativo lujo, rompiendo sus procesos educativos y sufriendo todas las complejidades de esta situación. Fenómenos como la violencia intrafamiliar, la deserción escolar, las afectaciones a la salud mental, entre otros muchos problemas señalan la urgencia de encontrar alternativas para recuperar la presencialidad opcional de la educación en Colombia.
Estas dificultades nos recuerdan que probablemente lo más importante de volver no sea necesariamente la calidad del proceso educativo (también, obvio). Los costos sociales de no hacerlo, o hacerlo demasiado lento, parece ser enorme; una transacción entre los riesgos, aparentemente pequeños, del contagio en los salones de clase, por los beneficios evidentes de los estudiantes y profes en sus aulas. No puede ser imposición, por supuesto, pero tampoco depender de las certezas absolutas. La pandemia nos ha hecho revalorar el riesgo, comprender las complejidades de vivir con hábitos de cuidado, el compromiso con la tranquilidad que otorga nuestro agenciamiento de nuestra protección. No solo eso, volver supone y exige acciones claras para promover los comportamientos que nos permiten hacerlo con tranquilidad, seguridad y de manera que se sostenga en el tiempo. Esto interpela a instituciones, autoridades y gobiernos, no es volver y ya, es saberlo hacer, preocuparse por la manera tanto como el resultado.
De ahí lo relevante que puede ser esfuerzos como lo que la Universidad EAFIT ha venido haciendo con la estrategia #VivimosEAFIT. Porque asumió la decisión de la institución de que muchas clases se realizaran de manera combinada (algunos en casa, otros en el Campus), pero lo hizo con esfuerzos sistemáticos en condiciones, medidas y comunicación institucional dirigida al cuidado de los estudiantes, empleados y profesores. La pieza que acompaña este comentario, e informa sobre el porcentaje de buen uso de tapabocas en el Campus por estos días, es una pequeña parte del compromiso de la Universidad por tener datos para tomar decisiones, pero también, y sobre todo, de usar esa información en movilizar los comportamientos deseables desde mecanismos como las normas sociales. La entrega de información sobre cuidado y pedagogía, además de la aplicación de instrumentos de recolección de información, con profesores para sus salones de clase, además del acompañamiento en formas de regulación positiva para los “cuidadores” del Campus (el equipo de bioseguridad, vigilancia y otros encargados del cumplimiento de las medidas), han resultado claves.
A esto hay que sumar la innovación esporádica y el compromiso del cumplimiento diario de las medidas de la comunidad educativa. Los profesores hicimos cambios en métodos pedagógicos, apropiamos (en ocasiones a las carreras y con uso excesivo) de mecanismos, aplicaciones y programas para fortalecer la experiencia de clase en la virtualidad e incluso, introdujimos reglas de juego en los salones una vez llegamos a clases combinadas. Personalmente, esto supuso la designación en los salones de clase de dos personajes: “el cuidador” y “el enlace”. El primero se encarga, luego de que todos acordamos que tiene ese papel, de regular a las personas que estamos en la clase respecto a las medidas de cuidado como el tapabocas bien puesto o la distancia física. El segundo está atento a los estudiantes en casa, la dinámica de clase puede llegar a dificultar que el profesor esté atento a dos públicos y es posible que desde casa sea más difícil llamar su atención para hacer preguntas o participar. El enlace se encarga de estar “doblemente” pendiente de ellos y de no dejar descocer el vinculo que los une a la clase. Ha funcionado muy bien, con altos reportes de los estudiantes sobre su utilidad para las clases y sobre todo, señalan el potencial de encontrar soluciones sencillas y replicables en casi cualquier contexto de clase.
Sin embargo, sin el compromiso y juicio cotidiano de toda la comunidad educativa respecto a las medidas de cuidado y las invitaciones hechas desde la Universidad, los buenos resultados serían imposible. Es la determinación de todos los involucrados en la dinámica lo que nos ha permitido (y lo que nos permitirá) regresar.
Volver es posible con tranquilidad y seguridad, y deseable y urgente.