
Hay algo en aquello de «ganar una elección» que parece otorgar demasiada autonomía al candidato electo. La asesoría política está llena de metáforas bélicas y competitivas: conquistas, victorias, derrotas y en general, una idea de que alcanzar ese escenario de poder le deja al ganador la posibilidad de hacer ahí lo que le plazca. Creo que en estas palabras también hay una idea sobre «ganadores» y «perdedores», «gobernantes» y «gobernados» que resulta terriblemente inconveniente para la transparencia y el control social de la gestión pública, pilares de la democracia liberal moderna. No solo eso, desconoce la naturaleza representativa y delegada y se engaña un poco sobre la transitoriedad del cargo público. Un servidor público (así sea electo) es eso, una persona en el servicio de lo que es de todos, y además, por las virtudes de nuestro sistema político, ocupa ese espacio delegado de poder de decisión por un tiempo limitado. Todo esto pasará, esa es una de las promesas más potentes de la democracia para la paz y el desarrollo social.
De cara a esto, vale la pena no olvidar nunca tres características de los cargos públicos que los convierten en un escenario de trabajo especial y que ojalá acompañaran siempre a quienes los ocupan, sea por elección, designación o concurso.
La primera, respecto a la naturaleza representativa de su poder y sus consecuencias para el interés público y el bien común. Es decir, en el poder –independiente de su magnitud- que está imbuido en cualquier cargo de una organización pública y la naturaleza colectiva, acordada y “prestada” de parte de los ciudadanos a esa persona. La segunda característica se refiere a que cada servidor público es, ante todo, un pedacito del Estado en su conjunto, y, por tanto, su representante en cada una de sus decisiones y acciones. Esto quiere decir que para la mayoría de las personas el Estado es esa cara que encuentra en el servidor, esa diligencia (o falta de ella), ese respeto (o su ausencia), con la que dirige sus asuntos y resuelve los problemas públicos. La tercera reconoce su importancia para ayudar a solucionar problemas públicos, esto es, su papel fundamental en la función del Estado como gestor de las dificultades colectivas, implementador de políticas públicas y garante de los derechos comunes. Lo que hace un servidor público suele ser muy importante y en algunos casos puede ser determinante, para el bienestar de todos.
Así, el servicio público es una representación del poder colectivo, una encomienda del interés común y una responsabilidad de su ejercicio para resolver problemas públicos. Uno no se lo gana, se lo otorgan, se lo encomiendan y debe actuar conforme a esta responsabilidad pública. Ocupar esos cargos, y querer hacerlo por medio de las mecánicas electorales, exige responsabilidad, prudencia y compromiso, como pocos espacios laborales más.