
Es común que tengamos una expectativa de infalibilidad respecto de nuestros líderes. La idea de que no pueden y no deben equivocarse es ante todo una representación medio patriarcal y románticona de la realidad social y política, una expectativa de que no ocupan los lugares y cargos de liderazgos seres humanos, sino personajes infalibles y absolutos. Dueños de respuestas para todas las preguntas y certezas para todas las dudas y confusiones de la vida. Esas personas no existen y por eso resulta tan particular que los errores sean tan duramente castigados en los líderes que los cometen, pero sobre todo, en los que los reconocen.
El valor social de una cultura del error más amplia -la idea de que los aprendizajes sociales y las decisiones públicas mejoran al ponerlos a prueba, validarlos o ajustarlos luego de las equivocaciones- se soporta sobre todo en la posibilidad de encontrar mejores formas de abordar un problema viejo o incluso, de cambiar de rumbo una decisión que pueda estar siendo perjudicial. El cambio es adaptación, pero antes que eso, es humildad. Otra idea extraña para muchos líderes y su justificación tácita de infalibilidad (si uno nunca reconoce errores, al final está sugiriendo que no puede cometerlos).
Reconocer un error y también pedir excusas por haberlo cometido, resulta también fundamental para desescalar una situación de tensión extrema, mientras que permite que quién ocupa ese cargo pueda retomar algo del control de la conversación. Esto último es precisamente lo que auguro al reciente cambio de rumbo en el abordaje que la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, dio para el tratamiento del descontento manifestado por muchos ciudadanos en el Paro Nacional y las protestas que suman más de veinte días en Colombia.
Ahora, lo llamativo de la intervención de la alcaldesa es sintomático de lo extraño que parece ser para nosotros que un líder político acepte equivocarse y anuncie un cambio en las políticas que viene adelantando. Desde algunos lugares esto es visto como debilidad o incluso, como el inaceptable otorgamiento de una victoria a una contraparte o adversario. Aparte de ser una postura problemática para la democracia -por dicotómica y reaccionaria-, esta idea incentiva a los políticos testarudos que nunca aceptan errores o hacen ajustes o a los que hacen ajustes menores, mientras no reconocen que la motivación de esos cambios pudo ser haber caído en cuenta de un error. Enmendar es importante para cualquier ejercicio vital, pero se convierte en fundamental para lograr efectivas transformaciones sociales que aborden problemas colectivos.
La capacidad para cambiar de opinión es probablemente una de las cualidades fundamentales del liderazgo, y la posibilidad de reconocer errores y hacer ajustes es su requisito. Por eso es una lástima que muchos de nuestros líderes la subestimen y que muchos de nosotros, en ocasiones, les hallamos exigido una imposible infalibilidad.