
La promesa más importante que nos hace la democracia es la de la convivencia plural. Es decir, la posibilidad -extrañísima por casi toda la historia humana- de que personas de grupos y con ideas diferentes (algunas absolutamente distintas, antagónicas) puedan vivir juntos, prosperar y sobre todo, evitar el uso de la violencia para resolver sus disputas. Esta promesa es fundamento democrático y a la vez, beneficio de su buen desarrollo. Un mecanismo fundamental que propicia y garantiza la democracia liberal es la posibilidad de esa conversación plural que resuelve problemas, define políticas, toma decisiones y evita la violencia.
Ahora bien, conversar con alguien, en particular si sostiene una posición contraria a la nuestra, no supone reconocer en esa posición verdad, en ocasiones, ni siquiera validez. También lo insostenible tiene que ponerse de manifiesto para poderse escuchar, entender y dado el caso, desentrañar argumentalmente en el objetivo de persuadir a alguien o incluso, de llevarlo a moderar sus ideas y posiciones, de dudar de sus certezas. Pero la democracia no se puede dar el lujo de dejar sin decir las cosas, no puede permitirse que las ideas problemáticas y tensiones latentes supuren por la falta de airear las diferencias.
Pero un paso fundamental para esa discusión sincera es la humildad propia con la que nos aproximamos a debates y conversaciones. Hay algo asustador en las personas llenas de certezas; creo que deberíamos valorar mejor la inseguridad de ideas y opiniones, porque en la duda puede estar la prudencia que en ocasiones diferencian la deliberación democrática y pluralista, de la pelea en la que nadie escucha y nadie habla realmente. Esto no es sencillo, primero, porque los extremos suelen estar sobrerrepresentados en la conversación pública que se da en medio sociales, esto tiene el efecto de espantar a muchos moderados de involucrarse, pero además, crean la representación que las posiciones son más irreconciliables de lo que realmente son. Segundo, porque así como lo señala Jonathan Haidt en «La mente de los justos», nuestras ideas y opiniones no son solo eso, son características de identificación moral que nos acercan a nuestro grupo de referencia y nos ciega frente a cualquier posibilidad de dudar de ellas.
Ahora, esa dificultad no hace imposible, y mucho menos indeseable, la conversación sincera como esfuerzo social, ¡todo lo contrario! La conversación sincera y pluralista es deseable para una democracia porque puede evitar que los problemas y las tensiones se conviertan en violencia (o puede permitir que dejen de hacerlo) y permite afinar las ideas, ofreciéndolas a la firme revisión y ajustes de los que les encuentran problemas. Por esto, en momentos terribles como el que actualmente atraviesa Colombia, resultan tan valiosas las invitaciones a revisar lo que podemos mejorar en nuestros procesos de acuerdo y desacuerdo político. La Universidad EAFIT, por ejemplo, ha señalado recientemente la importancia de aprovechar estos momentos críticos para “cultivar la democracia” (un metáfora muy bonita y potente). Otras instituciones de educación superior del país, además de organizaciones, grupos, e incluso empresas del país han asumido retos similares.
En medio de las manifestaciones masivas, los abusos de la policía y la respuestas entre descuidada y excesiva en violencia del gobierno nacional, puede resultar difícil para algunas personas hablar de diálogo, conversación, incluso debate o discusión. Pero al final, ese será el escenario (al menos el que nos ayude a avanzar en nuestra democracia) en el que intentaremos resolver los problemas que estamos enfrentando. Al fin de cuentas, esa es siempre ha sido la promesa.